No pretendo aludir al móvil de los políticos corruptos, un campo
de impulsos humanos muy vasto y, al mismo tiempo, muy variados los motivos (el
móvil) que pueden llevar al político a delinquir.
Me refiero al móvil telefónico, como no podía ser menos, ese
artilugio de última generación que cohabita en la intimidad de todos y cada uno
de los españoles, más de treinta y dos millones de teléfonos móviles hay en España,
qué horror, para qué querrán los españoles tantos móviles, no hay bar, autobús,
acera, terraza de verano, supermercado, sala de espera, polideportivo, cine,
reunión de sindicatos, jornada de reflexión política, pleno del ayuntamiento y
obra en construcción en los que no aparezca el usuario del móvil, y hasta en la
iglesia, no creas, que está el oficiante en la culminación de su homilía y,
zas, surge la imprevista interrupción del móvil, que no por repentina deja de
resultar incómoda, y va el usuario y se levanta con aire más trascendental que
compungido y se larga al atrio disculpándose a media voz por las molestias
ocasionadas en su alteración litúrgica.
Y ahora resulta que las últimas investigaciones de los
expertos nos alertan y ponen al móvil en vilo porque produce emisiones de
radiación que pueden resultar peligrosas para la salud. Y según en qué lugar
del cuerpo vaya alojado el móvil, el peligro incide en el órgano más cercano,
dicen. Así que cuando se te calienta la oreja, por ejemplo, de tanto movilear,
las radiaciones del móvil pueden llegar, con el tiempo, a producirte lesiones
acústicas o a hacerte un agujero espantoso en el cerebro que quizá llegue a
convertirse en la guarida de la tontuna, ese tumor maligno que condiciona la
recepción de la cordura. Así que cuando, en medio del trabajo, aprecias falta
de concentración o ligero dolor de cabeza, cuando sientes que la pantalla del
ordenador parpadea más de la cuenta y te entras ganas de mandar la estadística
al carajo, no lo dudes: el móvil te está jugando una mala pasada. Cuando
adviertes que la proximidad de la culifina de pelo amarillo que trabaja en el
laboratorio te produce breves extrasístoles repentinas, como puñaladas
cordialmente enemigas, no es su anatomía esplendorosa, no, la que daña tu
corazón: es el móvil el causante de tu alteración cardiorrespiratoria. Cuando
adormilado y vencido te levantas el domingo por la mañana, la lengua pastosa y
los párpados orlados de ojeras protuberantes, sintiendo ligeros pinchazos en el
lado derecho del abdomen, no ha sido el Ballantine’s, no, el agente de tu
flatulencia: ha sido el uso tontorrón del móvil que poco a poco va horadando
los tejidos de tu hígado o de tu bazo, expuestos quizá a algún tumor linfático.
Cuando, sin saber por qué, no tienes más remedio que levantarte y dirigirte
cada dos por tres a los servicios, con repetidos e inusuales ataques de
incontinencia en la micción que hacen sonreír al conserje (piensa, el
malaleches, que ya se te aproxima lo de la próstata), no han sido las cervezas
—antioxidantes y todo— las que te inflaman la vejiga, no: es el uso del móvil
que perjudica seriamente los tejidos de tus riñones. En fin, si notas,
alarmado, que tus partes pudendas abultan más de la cuenta y que el personal
(mayormente femenino) echa un ligero y disimulado vistazo a tu bragueta cuando
te cruzas con él por el pasillo, no se debe el aumento del paquete a un efecto
inversamente malsano de la criptorquidia, no: es el uso indiscriminado del
móvil cuyas radiaciones han producido un calentamiento de tus testículos,
agobiados por su campo magnético.
Así que, amigo, te sugiero que te andes con cuidado en el uso
del móvil para evitar la incidencia de tumores.