martes, 28 de octubre de 2014

ALGO SOBRE LAS ENCUESTAS DE OPINIÓN

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No sé cómo podrían vivir sin encuestas hace pocos años. La encuesta es la manifestación del esplendor opinante. Así que no sé cómo el gentío podría vivir sin opinar. Increíble. La gente no opinaba. La gente trabajaba de sol a sol, suele decirse, tal vez con la exageración incomprensiva de las afirmaciones rotundas. El personal trabajaba y no opinaba, al menos nadie le pedía que manifestara su opinión. Y era tan feliz, al parecer. A nadie interesaba la opinión de los demás. 
Si a nadie interesaba la opinión de los demás, mucho menos a los que mandaban. Los que mandaban se dedicaban a eso, a mandar, que (no) era lo suyo, y ni de broma se les ocurría consultar la opinión del gentío. Hoy día no. Hoy día la encuesta constituye una magnificación de la ciudadanía, que también trabaja, aunque parezca que en vez de trabajar consume y, a la vez que consume, responde con alegría los cuestionarios de las encuestas. El problema de la encuesta reside en que de ordinario las preguntas que configuran el cuestionario están redactadas siguiendo los intereses del encuestador de manera que el gentío responda lo que al tal encuestador interesa oír. Porque para oír lo que no interesa es preferible prescindir de la encuesta.  A pesar de todo, la encuesta no define una realidad: la taxidermiza (la palabra no existe pero, puestos a exagerar, se me ocurre utilizarla). En realidad la taxidermia solo es eso: apariencia de vida, de no muerte, de no. Una encuesta en manos de los políticos, escribió Pitigrilli, es una cosa en la que toda mentira se convierte en un gráfico.

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