lunes, 12 de mayo de 2014

MICRORRELATO DEL HOMBRE QUE SOÑABA CON EL SUPERCUPÓN


Me encontré con un hombre que llevaba en la mano derecha un supercupón de la Once y en la izquierda otro con 25 apuestas de la euromillonaria. No estaba loco. Estaba sediento de dinero, para vivir como dios, me dijo. La mayoría de los españoles (españoles no, que está mal visto, la mayoría de los ciudadanos, mejor, suena más a República o a Revolución francesa), la mayoría de los ciudadanos arriesga su dinero en las apuestas públicas o en la Once. La quiniela futbolística saca de sus casillas a hinchas, forofos y peñistas; la lotería nacional trastorna los bolsillos de sus incondicionales, siempre esperando el maná de la suerte; la Once produce un flipe diario en viandantes y acereros que se detienen en los quioscos o en las esquinas para el aprovisionamiento de su salvación; la lotería primitiva enloquece a funcionarios y jubilatas; la euromillonaria afloja el seso soñador de hambrientos económicos: sería la rehostia, tío, veinte, cuarenta, ochenta o cien millones de euros, anda que no iba yo a dar por saco a tanto hijoputa como raja por ahí suelto. La apuesta, pues, supone un riesgo monetario que se corre gustoso porque va parejo con el sueño de cada uno. Y es de admirar esa pertinacia en el riesgo que impulsa una y otra vez al gasto, a cambio de unos efímeros instantes de sueño. 

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