Me resisto semana tras semana, pero no hay más remedio: rencor y
rédito político. Multitud de columnistas se preguntan qué ocurre en
España. Noticias y artículos de los periódicos más importantes del mundo.
¿Será verdad que los políticos son, en el fondo del barranco emocional, especialistas en el arte de arrimar el ascua a la propia sardina? No lo creo. Una persona no puede ser tan necia o
tan mitómana o tan paranoica o tan de tontería circunstancial y talante, como
para sobreponer sus propios intereses a los de toda una nación. No
puede ser que estén utilizando la teoría de Gramsci sobre la corrupción
conceptual del lenguaje, «conseguir que el pueblo y sus dirigentes asuman que
los vocablos fundamentales sobre los que se asienta la libertad signifiquen lo
contrario a su verdadero significado». No puede ser, redundando en la idea, que
se les haya concedido la palabra para ocultar el pensamiento. Sería la peor de
las maldades. No puede ser que todo el espectro político se nutra de
mentira, engaño e insultos. Rechazo la campaña electoral basada en la caza del voto. Me niego a aceptar que los españoles
estemos gobernados por inútiles, ladrones, descerebrados, mentecatos, megalómanos
o paranoicos. No acepto que a los españoles sólo nos importe el bolsillo, y
seamos tan gilipollas como para que nos dé igual el desbarajuste político, el
descojonamiento de los partidos, la obediencia partidaria de la justicia, la
sinrazón burrera de los debates y el bolo descomunal de los escándalos
económicos. Si el rostro actual de los políticos está embadurnado de crispación, rencor y desgobierno, apaga y vámonos. Habría que alzar los brazos e implorar la clemencia del cielo.
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