viernes, 26 de octubre de 2018

¿PROGRESO O PROGRETURA?


DONDE DICEN PROGRESO YO DIGO PROGRETURA

¡Qué bien queda hablar de progreso! Y hasta hay quien se considera culto, importante y muy actualizado porque arroja la palabra «progreso» como un arma cortante en su defensa personal. Sin embargo, la idea del progreso es vieja. Tan vieja como las ideas. Cuando decimos que las ideas gobiernan el mundo o que ejercen un poder decisivo en la Historia, pensamos generalmente en dos grupos de ideas:  el primer grupo reúne aquellas ideas cuya realización depende de la voluntad humana, como la libertad, la tolerancia o la igualdad social, por ejemplo. A lo largo de los tiempos, estas ideas han sido (y son) objeto de aprobación o de rechazo según se consideren buenas o malas (útiles o inútiles para colmar las aspiraciones humanas), y no por ser verdaderas o falsas. El segundo grupo de ideas puede tener importancia en la determinación de la conducta humana y, sin embargo, no dependen de la voluntad del hombre. Son ideas referentes a los misterios de la vida, el Destino, la Providencia, la inmortalidad personal. Estas ideas pueden actuar de manera importante sobre las formas de desarrollo social y son aprobadas o rechazadas no por su utilidad o perjudicialidad sino porque se las supone verdaderas o falsas. Los regímenes absolutistas y dictatoriales siempre han gobernado manipulando el ventilador ideológico a través de ideas supuestamente verdaderas para imponerlas, o falsas para rechazarlas, aunque su veracidad o falsedad fuese impuesta por decreto. Los gobiernos democráticos (ojo, tampoco hay que echar las campanas al vuelo, tampoco es oro, ni siquiera plata, ni siquiera bronce ¿latón, quizá? todo lo que reluce en democracia) los gobiernos democráticos, decía, difunden su calendario ideológico a través de ideas supuestamente útiles o inútiles para conseguir el bienestar social, sin plantearse el hecho de que sean verdaderas o falsas. Y se hace consistir en ello el progreso.
Mientras Platón y otros brillantes cerebros postsocráticos estaban ocupados en los problemas del universo, los hombres podían mejorar la construcción de barcos o inventar nuevas demostraciones geométricas, pero su ciencia hizo poco o nada para transformar las condiciones de vida. Si lo comparamos con la actualidad, se aprecia una similitud sorprendente. La ciencia y la técnica han alcanzado niveles insospechados, pero poco o nada se hace para transformar las condiciones de vida. Ya sé que alguien me acusará de sonsonete demagógico, pero así y todo, ¿qué progreso supone la sofisticación de armamento bélico o la gigantesca proliferación de medios y redes sociales o la comprobación de las radiaciones de Marte, por poner unos ejemplos, cuando millones de seres humanos mueren de hambre o son oprimidos y humillados? ¿Qué progreso es éste en cuyo nombre se enriquecen los fabricantes de armas, se incrusta la tontuna en el cerebro del gentío para que ceda a la pulsión consumópata y se adormece al personal con cutrerías insoportablemente televisivas? ¿Qué progreso éste en el que cualquier chichirimundi se hace político, generalmente para espantar sus obsesiones y conseguir sus pretensiones, como si la política fuese un medro (material o psicológico) en lugar de un servicio a la comunidad? Es un concepto del progreso basado en acontecimientos episódicos. Sin embargo, el progreso, como tal, se asienta en dos elementos inseparables: la conjunción absoluta del avance científico o tecnológico y la cultura. Si se separan, ya no hay progreso. Aparece entonces la «Progretura», una especie de refrito entre progreso y cultura, más grotesco que maloliente. La progretura produce ejemplares típicos y pintorescos. El representante genuino de la ‘progretura’ es el «progreta», esa especie de cachas de la ignominia que piensa que es más progresista que nadie porque afirma, según parece, que la estética de lo sucio, la violencia y la permisividad indiscriminada constituyen el signo lúcido del progreso. Y dónde dejas al progreta político, esa especie de cachas de la estulticia que se dedica a la caza del voto en un ejercicio depredador y cínico de cinegética democrática, para olvidar la voluntad popular al día siguiente de las elecciones, concentrado en el ejercicio gratificante del acoso y derribo del contrario, como si la acción de gobierno consistiese en unas tientas de novillos vitorinos en Monteviejo. Progretura, ya digo.
En cualquier acción de progreso, no puede olvidarse la cultura.  La cultura no consiste en saber mucho. La cultura consiste en poseer el mayor número de referentes conceptuales para interpretar la realidad de forma humanamente lúcida. El progreta posee tres referentes conceptuales o cinco o diez y aunque técnicamente esté bien formado (domina la navegación cibernética y conoce las triquiñuelas electrónicas y técnicas, por ejemplo) interpreta la realidad de manera raquítica, uniforme y única. El progresista, por el contrario, además de estar al día en los avances técnicos y científicos, ha adquirido cincuenta o setenta o cien o mil referentes conceptuales que le ayudan a una interpretación generosa, pluriforme y flexible de la realidad. El progresista realiza la acción de conjuntar ciencia, tecnología y cultura: la ciencia y la tecnología, para progresar en la posible solución de las deficiencias humanas; la cultura, para defenderse del asedio al que es sometido diariamente por los lavacerebros y otros lepidópteros de la fauna urbana . El progreta, en cambio, piensa que con sólo la ciencia y la tecnología se encarama uno en la cima del progreso. Esta actitud entraña un peligro subliminal y constante: el de encontrarse indefenso ante la continua agresión con que lo bombardea la publicidad (millonariamente técnica y científica) y la información mediática, halagándolo y haciéndole creer que la tiene lisa porque de vez en cuando se la embadurna de modernidad y de progreso. Y el tipo va y se lo cree. No dispone de los referentes necesarios para montar su propia defensa. Es la riada de la progretura. Los cráneos privilegiados que dirigen los destinos de los hombres, rellenan al personal de tecnología y de ciencia para asustar a los patanes. Buenos técnicos, pero ciudadanos incultos. Tal vez ahí es donde subyace la perversidad del sistema porque se me ocurre pensar que un hombre inculto es más fácilmente manipulable, por no decir más fácilmente gobernable, por muy buen técnico que sea. Además de  proporcionar una futura mano de obra cualificada y tal vez barata. Así que la progretura lucha con ahinco para atontecer al personal. Se vale del poderío mediático y de la extensión del horterismo. Hay que esterilizar las ideas. Hay que tirar a repañinas preservativos ideológicos para que el gentío no piense. Un hombre solamente es peligroso cuando desarrolla reflexivamente su capacidad de pensar.
En fin, el progreta se considera progresista (no quiere decir que lo sea) por el simple hecho de vivir en el segundo milenio, inmerso en el oleaje del consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro sabihondo del monorraíl mental. Así lo creyó hace más de doscientos años el Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame tenían menos valor que un puente o una carretera. La historia no le ha hecho ni puñetero caso.


jueves, 25 de octubre de 2018

UN CAMINO PARA LA CREACIÓN




ALBA PLATA, UN CAMINO PARA LA CREACIÓN

En el mes de marzo del año 2003, Machaco y yo (él como escultor, yo como escritor) fuimos invitados a un viaje cultural desde Mérida a Hervás y se hacían paradas en lugares representativos de la cultura extremeña. En aquel entonces, escribí para el HOY los siguientes alejandrinos:


Ab Emerita Asturicam. La Ruta de la Plata.
A quince día de marzo del año dos mil tres.
En autobús, viajamos artistas y escritores
(que somos eso, dicen,) para espantar el tedio
de nuestra Extremadura, tan amada y tan vieja.
Acompaño a Machaco, que pinta caracoles
y esculpe minotauros y toros y doncellas
perdidas en la inquieta rectitud de las líneas.
Yo escribo cuatro cosas en el HOY, los domingos,
y por eso me invitan al autobús que surca
la Ruta de la Plata como un velero cómodo
de la tecnología. Escritores y artistas,
dicen que somos eso, enfrentados al brillo
de la inmortalidad. Las piedras derruidas
de Alconétar y Cáparra nos ponen en el sitio
que ya nos corresponde: la ruina que alimenta
venas y petulancias de jardines de agosto.
Recuerdo, en consecuencia, sin heridas a nadie,
que el tiempo desconoce, con su conocimiento,
que escritores y artistas, eso dicen que somos,
poseeremos la noche y no seremos nada.

Juan Garodri

                            



jueves, 18 de octubre de 2018

OH, LA TELE Y EL MIEDO


OH, LA TELE


Si tiene usted las agallas que hay que tener para tragarse un telediario completo, habrá advertido que las intenciones de quienes nos ‘echan’ las noticias (que son la alfalfa del borreguío televidente) persiguen, a mi parecer, un fin: que el gentío tiemble de miedo. Un 40 % de la información expone a diario tragedias, asesinatos, maltrato físico, violencia de género, accidentes de tráfico, devastaciones climatológicas, dolor y muerte. El 60 % restante se divide entre deportes, política económica y publicidad.
Michael Moore, el del documental “Bowling for Columbine” que hizo tanta pupa, dijo que los medios procuran que tengamos miedo. «Animo a la gente a que apague la tele porque nos están triturando el cerebro». Apagar la tele. ¿Y entonces? Hablar o leer. Hablar con la familia resulta fastidioso porque hoy no se habla, se discute. Mejor ver la tele. Leer es insoportable. Un aburrimiento pertinaz que carga la vista e hincha la cabeza. La lectura es para los letraheridos. Mejor ver la tele. Y el gentío se distrae zapeando. Más miedo. Los programas matutinos, orlados de atractiva publicidad doméstica, meten el miedo en el cuerpo con la cosa del colesterol, la hipertensión, los ácidos biliares y la celulitis. Los programas vespertinos exponen las lágrimas de la señora que ha perdido a su hijo, o que se le ha inundado la casa, o que padece cáncer de colon, o que se ve obligada a subsistir con 327 euros, o que ha sufrido un atraco, o que han violado a su hija. Y así. Ese cúmulo de desgracias, esparcidas por los espacios televisivos como quien esparce abono, eleva la adrenalina y produce una honda satisfacción contradictoria, el hallazgo del gusto en la desgracia. No, mister Moore. El gentío no tiene el cerebro triturado por la tele. El gentío disfruta con la tele, su tabla de salvación. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo Arquímedes. La tele. El punto de apoyo.

lunes, 15 de octubre de 2018

¿JUSTICIA O JUECES?


¿JUSTICIA O JUECES?

Algunos filósofos aseguran que Bolzano es uno de los pensadores más originales e independientes del siglo XIX. Se asentó en la filosofía de la objetividad y no tragó ruedas de molino echadas a rodar por Kant, Fichte, Schelling o Hegel. Dedicado a pensar, pensó: ¿No los entendía por propia incapacidad o porque ellos, los filósofos, no filosofaban objetivamente?
Me aplico el cuento: ¿No entiendo a los jueces por sus decisiones o por mi incapacidad para entenderlos? ¿Justicia o Jueces? Tomo unas líneas de Leibniz: «La Justicia no depende, en manera alguna, de las caprichosas leyes del gobernante». O sea, que en el siglo XVII ya se cocían habas como melones, porque Leibniz no se achanta, y prosigue, «una sociedad en la que el llamado Derecho no es otra cosa que desfogue del poder, es una sociedad de bandidos». Muy fuerte.
El gentío está hasta los mismísimos a causa de los fallos de la Justicia ¿o de los Jueces? El diccionario de la RAE  coloca 12 acepciones para expresar qué es la Justicia. Aquí me refiero a la número 6: Poder Judicial. La Justicia es una abstracción lógica que, como otras entidades abstractas, carece de límites reales. Porque nadie, que yo sepa, ha visto a la justicia (poder judicial) sentada al sol. La Justicia es un escape para no hablar de los jueces. ¿Por qué decimos Justicia cuando quieren decir Jueces? (Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo, recuerden).
La prensa actual abunda en estas ideas. El 82 % cree que se debería imponer la cadena perpetua con revisión para delitos graves. Tenemos un código penal desfasado y  hay que actualizarlo. El código penal es muchas veces papel mojado porque no garantiza el cumplimiento real de las penas. Ni con la doctrina Parot. Un sistema que permite rebajar la pena prácticamente a la mitad por trabajos o estudios realizados en la cárcel puede parecer progresista pero no parece justo.
La cosa está que arde y el gentío quemado. En el Estado de Derecho hay demasiados resquicios para la impunidad. (Excepto si te cazan sin carnet de conducir).


miércoles, 10 de octubre de 2018

BELLEZA


BELLEZA

No pienses, lector conspicuo, que me ha dado el subidón estético. Ya lo han hecho otros, en todos los tiempos. Desde Platón (en su «Hipias mayor»), se ha planteado la pregunta de qué es lo bello. Y Platón, con todo su socratismo a cuestas, fue incapaz de responderla. Gorki pensó que en la naturaleza no hay belleza porque la belleza es algo creado por el ser humano. La naturaleza presenta una belleza real, no representa una conceptualización de la belleza. Lo bello es objetivo e independiente de la conciencia humana. Lo que depende del ser humano es la valoración de ‘esa’ belleza. Y puestos ya a citar, en plan erudito fagotizador, pues coloco en el cazo a Brecht que negaba la existencia de la belleza artística, y también de la fealdad, y así protegía su estética marxista y, al mismo tiempo, se curaba en salud para que los tomatazos de McCarthy no tiraran de la silla el desorden ininteligible de un mundo donde todas las relaciones son falsas.
Esa falsedad de las relaciones sociales (socializar, se dice hoy) es elevada actualmente a la enésima potencia por los grandes distribuidores de la belleza. Se equipara belleza a juventud. Solamente eres bella si pareces joven. No se expone la ecuación juventud igual a belleza, o al revés, lo cual que siempre ha sido así, lean ustedes si no los famosos sonetos de Garcilaso o de Góngora sobre el tema, sino que las multinacionales de la crema pretenden que la mujer siempre parezca bella, aunque no lo sea, que parezca joven aunque no sea joven. Las revistas de moda, salud y belleza insisten en la publicidad de cremas antiarrugas, de cremas reafirmante, hidratantes y protectoras de la piel, de cremas tonificantes y recuperadoras de la elasticidad de la piel, de cremas que proporcionan agradable sensación de bienestar en la piel, aplanadoras para el vientre y aparatos vibrotécnicos. Se utiliza la cirugía estética para realzar los senos, resaltar los labios y eliminar la celulitis. Es la suplantación de la belleza. Hay una apariencia de belleza. No hay belleza.
Y van ahora los científicos del CSIC y presentan un complemento alimenticio natural (un elixir de la juventud), que concentra en una cápsula los beneficios de la ingesta de 45 kilos de uva tinta. Lo cual que eliminaría el riesgo de accidentes cardiovasculares.
Increíble. Sanos y bellos hasta la muerte.

lunes, 1 de octubre de 2018

RECETARIO


La crisis ha desesperado  a muchos. La información diaria de los medios nos tiene al día de estrecheces  y desesperaciones. Hay otros, sin embargo, que se lo pasan de pura madre para arriba, según puede apreciarse si bien se examina la multitudinaria afluencia de espectadores a los campos de fútbol, cientos de miles de entradas para contemplar los partidos, para gritar en los estadios, para ciscarse en la madre de todos los árbitros, para desahogar tanta desesperanza. De dónde sale tanto euro, si es cierto que España ni siquiera puede pagar desahogadamente las pensiones o que está al borde del colapso, o que estamos en las últimas, coño, pues yo no veo que estemos en las últimas, me dice el colega, mira la barra atestada de clientes dándole a la caña y a la tapa, si no hubiera un euro en el bolsillo no habría una copa de Ribera en el mostrador, no me jodas, la crisis la sufre un 30 por ciento, o menos, los demás siguen como si tal cosa, en el fútbol, en el bar, en el viaje fin de semana o puentes a la casa rural, a la playa, a la montaña, al ocio y al yantar, aunque sea rústico de mediana rusticidad. Ahí está la madre del cordero lechal, apunta otro, el gentío busca la evasión, al precio que sea, ahora a precio más bajo, pero la busca, y huye a todo meter de sus aprensiones y desesperanzas. Ahí, ahí, retruca un enterado, la gente huye porque no piensa, le da miedo pensar. Al gentío le suena lejos lo de las pensiones. O que las TV públicas gastan el doble de lo que se pueda ahorrar con la congelación de las pensiones. Miedo al pensamiento, grave desajuste personal de nuestro siglo. Hablas como Larra, le espeta el ilustrado, miedo al pensamiento lo ha padecido siempre el gentío porque se agarra a lo que piensan otros, y el partido político le ofrece su recetario, y el canal de derechas le ofrece su recetario, y el de izquierdas le ofrece su recetario, y el religioso le ofrece su recetario. Recetario de ideas. Así que el gentío no piensa, acepta el pensamiento que le ha encajado el experto en receta de ideas para que se alimente de ellas, las caliente, las cocine, las deguste y las extienda como propias. Y así.