martes, 24 de junio de 2014

POR CERO CÉNTIMOS DE EURO PUEDE USTED HACERSE UN SELFIE

Hacerse un selfie se ha puesto tan de moda que hasta el más tonto del lugar se autorretrata para después colgar en facebook su hermoso rostro. De esta manera están proliferando ahora (siempre han existido) las performances, término que viene a significar arte en vivo, con la diferencia de que, en lugar de aparecer el/la performer en un lugar y montar de improviso su numerito, va el gentío, se autorretrata y así da a conocer al mundo virtual lo favorecida que ha salido de la peluquería y, de paso, puede hacerse más o menos famosa/o. El último episodio lo ha protagonizado la artista luxemburguesa Deborah de Robertis que, el 29 de mayo pasado, se coló en el museo D'orsay de París y, con más rostro que un saco de cemento, se sentó en el suelo delante del famoso cuadro  de Courbet, El origen del mundo, que muestra un sexo femenino en primer plano, y va la tía, se levanta su dorada falda, y muestra su sexo a los sorprendidos visitantes del museo, al tiempo que recita «yo soy el origen, yo soy todas las mujeres», cosas así. Cierto, el selfie es para colgarlo en las redes sociales, y la acción de Deborah de Robertis ha sido un acto de exhibicionismo real que alguien ha calificado de artístico. Yo, lo que digo, es que la ilimitada posibilidad de reproducción de 'cualquier cosa' puede ocasionar un desmadre social de indefinibles consecuencias.

lunes, 16 de junio de 2014

RELATO DEL HOMBRE QUE PREFIRIÓ EL MARTILLO A LAS PASTILLAS

Destruyó el móvil, el ordenador y el televisor de 22 pulgadas a martillazo limpio. Agarró el martillo y se dedicó al ejercicio de la devastación. Felicidad completa. Una sensación gratificante, hecha de furia y azúcar, le recorría el espinazo y soñaba, siquiera por un instante, que se había convertido en un ‘terminator’ doméstico. Curado. Esa triste desgana que desmultiplicaba sus neuronas y le hacía considerar la vida como algo despreciable, esa desgana se convertía en regocijo después del proceso destructivo al que sometía sus frustraciones. Porque no era más que eso. El naufragio psicológico le ofrecía una tabla de salvación: el martillazo. Era la vuelta al ser. Sólo ‘era’ en la niñez. Destruía el juguete y permanecía en la más absoluta imperturbabilidad. Como niño ‘sabía’ que el juguete era para ser destruido, a pesar de la cansina oposición familiar que lo sermoneaba a la conservación y al cuidado. Con el tiempo, adquirió la categoría adulta y, con ella, la frustración y el infortunio. Como adulto era un ser desencantado. Su destino era desear y no conseguir. La sociedad está montada para excitar la persecución del deseo, pensaba. Pocas veces (o, en todo caso, en espacios de tiempo efímeros) conseguía lo que deseaba. Por eso mismo cada vez se sentía interiormente más frustrado. Aparecía el estrés, antesala de la depresión. No había más remedio que agarrarse al martillazo, empuñar la marra  y aliarse con la destrucción. Utensilios para superar las carencias interiores. La destructoterapia como único referente, quizás, de interpretar la realidad. El dolor, la enfermedad, la injusticia, el sufrimiento de los inocentes, la muerte, eran hechos frustrantes que estaban ahí, a la vista, tan cerca, y no sabía cómo interpretarlos. Las soluciones políticas no eran suficientes. Las soluciones humanas eran inadecuadas. El mal, el odio, la violencia, la competitividad, la envidia, lo atrapaban como una malla maldita. El incendio de la sangre crispaba las relaciones y tendía trampas punzantes a la cotidianidad. Como muchos seres humanos iba negando los valores que le ayudaban a interpretar la realidad de forma pacífica. El hecho religioso pretendía ofrecer una interpretación esperanzada de la realidad pero lo consideraba como un hecho cultural trasnochado. (Camus llamó suicidio del alma al hecho de entregar el espíritu a una idea trascendente: alienación, dijo). A pesar de todo, conocía a creyentes que utilizaban el valor religioso para encontrar una justificación a la presencia del mal en el mundo y  salvarse. No para salvarse en otra vida, que desconocía, sino para salvarse en ésta. De la frustración, del desasosiego y de la desesperanza. Mientras tanto, se agarró a la marra y destrozó el ordenador, el móvil y el televisor de 22 pulgadas como terapia equilibrante. (Hacía tiempo que había arrojado al cubo de la basura el remedio espiritual de los valores).

lunes, 9 de junio de 2014

RELACIÓN DESMEDURADA ENTRE EL INFIERNO ECOLÓGICO Y EL INFIERNO ESCATOLÓGICO

¿Qué diferencia puede establecerse entre el infierno escatológico y el desastre ecológico? Salvo la imagen de Pedro Botero removiendo con el tridente el hirviente líquido de las calderas, ninguna. Ya se sabe que a cada pecado correspondía una aguadilla en el líquido apestoso y un pinchotazo en el trasero con un hierro al rojo vivo. Y eso ocurriría durante toda la eternidad. La eternidad, aquella bola de hierro recorrida sin cesar por una hormiga hasta conseguir partir en dos la bola: pues bien, en ese momento no hacía más que empezar la eternidad. ¡Horror! Billones, trillones de aguadillas y de pinchotazos en el trasero y aún no había empezado la cosa. Un infierno parecido predicen los científicos. El Planeta se convertirá o en inmensas extensiones anegadas bajo el nivel de las aguas a causa del calentamiento progresivo de los conos polares, o en un gigantesco desierto acuchillado por el sol y la sequía producida por el cambio climático, o en un cementerio en el que irán acumulándose los cuerpos sin vida de los seres humanos que ya, a esa altura del desastre ecológico, ni serán seres humanos ni nada, destruidos por virus, enfermedades, plagas, padecimientos y desgracias sin cuento.
 Puede que tengan razón, pero pienso que, en lugar de asustar al personal, deberían dirigir sus amenazas contra la poderosa industria internacional y contaminante. Por ejemplo, prohibir a nivel mundial la fabricación de coches que utilicen como combustible el petróleo y obligar a la fabricación de vehículos movidos por energía eléctrica o solar. Prohibir a nivel mundial la fabricación de  armas químicas y obligar a la utilización del uranio con fines pacíficos. Empalar sin consideración a las grandes compañías madereras que destruyen los bosques del Planeta. Mientras no se haga esto, ¿de qué vale que amenacen a la ciudadanía con el infierno ecológico por no separar vidrio, residuos sólidos y plástico en la bolsa de basura? Aunque quién sabe, como dice Manuel Alcántara «La vida está hecha de supervivientes».

sábado, 7 de junio de 2014

NOS LLAMAMOS CIVILIZADOS PERO NO ESTAMOS CIVILIZADOS

Civilizados. Nos autollamamos civilizados. La boca se nos llena (de aire) cuando lanzamos al viento la proclama de que somos civilizados. ¿Somos o estamos? ¿Somos civilizados o estamos civilizados? Esa es la pregunta (that’s the question) que me hago, como un Hamlet apesadumbrado, con cientos de miles de calaveras entre los dedos pegajosos de perplejidad.

O sea. Si de pronto te da un ataque de pureza lingüística y vas y te agarras a la Gramática de la Lengua Española, de Emilio Alarcos, comprenderás las no pequeñas diferencias que existen entre ser y estar. Porque resulta que el significado del verbo ser es esencial, algo así como una significación incrustada en la cualidad del nombre de tal forma que no puede quitársela de encima ni con ayuda del láser. Vamos, que es su propio pellejo, como si dijéramos. En cambio, el significado del verbo estar es accidental, y unas veces puede venir a cuento su significación y otras no. En este sentido, si uno es tonto quiere decir que la tontuna la lleva encima de por vida; por contra, si oyes decir que menganito está tonto quiere decir que la tontuna es una especie de gabardina que unas veces se pone y otras se quita.
O sea. ¿Somos civilizados o estamos civilizados? Si el concepto de civilización, y sus consecuencias, configura nuestro pellejo y desarrolla actitudes de respeto a las personas, a las creencias, a la cultura y a las ideas y dicho concepto de civilización nos impulsa a actuar en consecuencia, no hay duda: somos civilizados. Pero, de pronto, va el ser el humano y se dedica a matar a otros seres humanos, va la cosa de la civilización y se esfuma, y el ser humano se convierte en un tanque o en un F-18 o en un misil nuclear o en un genocida o en un vigilante de la playa mundial o en un gendarme del orden terráqueo, y resulta que sólo estamos civilizados (por el uso de la tecnología y todo eso), porque lo que se dice ser civilizados ya no lo somos.

viernes, 6 de junio de 2014

MICRORRELATO DEL PSICÓLOGO QUE NO RECETABA MEDICAMENTOS

Lo mejor es lo del psicólogo. Me acerco a su confesonario y le vacío la biodegradación de mi conciencia fisiológica.
—Soy un energúmeno del derroche físico —le digo—, y tengo de todo: ansiedad, desórdenes digestivos, fatiga, insomnio, dolores musculares y palpitaciones.
—Es el estrés —me dice—, esa especie de termita robotizada y perversa que corroe las entretelas de hombres y mujeres, siempre que ambos se pasen en los retos y estímulos personales.
—¿Qué hacer? —insisto.
Y, sorprendentemente, aventura una respuesta que me deja traspuesto.
—La risa —me dice muy serio—. La risa es la naturoterapia adecuada para solucionar tu problema. Ríete sin parar, ríete de todo y no hagas caso a nada. Si te ríes, llegarás a viejo.
 Así que he puesto en práctica la recomendación. Y Puesto que la risa nos salva del estrés y surgen tantos motivos de risa diarios, riamos. No hay más remedio que seguir los consejos avisados del psicólogo. De hacerle caso, te aseguro, amigo, que disfrutaré de una salud de hierro y, probablemente, me caerá la breva de  alcanzar una longevidad exuberante y casi bíblica, de esas en las que uno llega a conocer a los hijos de los hijos de los hijos.
(Hay un inconveniente: cuando camino por la acera contándome chistes de políticos honrados y millonarios cumplidores con el fisco, la gente piensa que estoy majareta al escuchar mis carcajadas).

martes, 3 de junio de 2014

MICRORRELATO DE LA CHONI QUE NO QUERÍA AL REY

Que me dijo un colega:
—Tienes que ver los programas.
— Imposible —respondí, no los veo nunca.
— Que sí, hombre, por probar no pierdes nada.
Y los vi. Era uno de esos programas televisivos de cuyo nombre no quiero acordarme. Vi a las Chonis y a las Poligoneras  sacudiéndose verbalmente como si en ello les fuera la vida, gritando, llorando, intentando ligarse ellos a ellas, ellas a ellos,  protestando airadamente porque iban a recortar "su" programa para emitir la noticia de la abdicación del Rey.
—¿Y qué mierdas me importa a mí del Rey? —saltó ella sacudiéndose el flequillo y frunciendo los labios hinchados de botox.