¿Qué diferencia puede establecerse entre el infierno escatológico y el desastre
ecológico? Salvo la imagen de Pedro Botero removiendo con el tridente el
hirviente líquido de las calderas, ninguna. Ya se sabe que a cada pecado
correspondía una aguadilla en el líquido apestoso y un pinchotazo en el trasero con un hierro al rojo vivo. Y eso ocurriría
durante toda la eternidad. La eternidad, aquella bola de hierro
recorrida sin cesar por una hormiga hasta conseguir partir en dos la bola: pues
bien, en ese momento no hacía más que empezar la eternidad. ¡Horror! Billones,
trillones de aguadillas y de pinchotazos en el trasero y aún no había empezado
la cosa. Un infierno parecido predicen los científicos. El Planeta se convertirá o en inmensas extensiones anegadas bajo el nivel de las aguas a causa del
calentamiento progresivo de los conos polares, o en un gigantesco desierto
acuchillado por el sol y la sequía producida por el cambio climático, o en un cementerio en el que irán acumulándose los cuerpos sin vida de
los seres humanos que ya, a esa altura del desastre ecológico, ni serán seres
humanos ni nada, destruidos por virus, enfermedades, plagas, padecimientos y
desgracias sin cuento.
Puede que tengan razón,
pero pienso que, en lugar de asustar al personal, deberían dirigir sus amenazas
contra la poderosa industria internacional y contaminante. Por ejemplo,
prohibir a nivel mundial la fabricación de coches que utilicen como combustible
el petróleo y obligar a la fabricación de vehículos movidos por
energía eléctrica o solar. Prohibir a nivel mundial la fabricación de armas químicas y obligar a la utilización
del uranio con fines pacíficos. Empalar sin consideración a las grandes
compañías madereras que destruyen los bosques del Planeta. Mientras no se haga
esto, ¿de qué vale que amenacen a la ciudadanía con el infierno ecológico por
no separar vidrio, residuos sólidos y plástico en la bolsa de basura? Aunque quién sabe, como dice Manuel Alcántara «La vida está hecha de
supervivientes».
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