La cara de mi amigo casi siempre muestra un rostro pacífico y manso, de natural bonhomía, que transmite serenidad y
consejos. «Qué te pasa», le digo, «pareces mosqueado». «Nada», me dice. Yo
comprendo que la negación adverbial es simplemente retórica y que, en el fondo,
un cabreo sordo le desarticula los sentimientos y le aprisiona los conceptos.
Cuando mi amigo muestra esta apariencia crispada, la causa de su
inestabilidad emocional es la política, no falla. Para otros, la causa de sus
desequilibrios es el fútbol, si juega Ronaldo o no juega Ronaldo, esas cosas, o los
toros, si ERC está empeñada en que desaparezcan los toros sin tener en cuenta
la representatividad folclórica de los toros ni la tradición histórica tan
arraigada en el alma popular y en la concepción festiva de los españoles,
claro, ellos no son españoles, son catalanes, etcétera. Así que me dirijo a él
y le digo: «No tienes buena cara». «No, no la tengo», me dice. «La política,
sin duda», añado. «Sí, la política», responde. «Pues no es para tanto, en política hay que tomar las cosas como
vienen». «Claro», se encrespa, «como a ti te importa un pito la política, que
eres un agnóstico democrático, un tipo que no cree en la democracia, bueno,
exactamente no eres eso, quiero decir, eres un tipo que no cree en la manera
como los políticos organizan la democracia o la utilizan para sus fines
partidistas, en fin, no sé, creo que me he liado, que eres apolítico en
definitiva, aunque no creas, en realidad no existe nadie absolutamente
apolítico; de la misma forma que no
existen los sinónimos absolutos porque las palabras guardan alguna relación
significativa entre ellas, siquiera lejana, así las personas mantienen siempre
alguna conexión ideológica de simpatía o rechazo con los grupos políticos, y
precisamente quien muestra esa actitud de rechazo tal vez sea más político que
el simpatizante, porque el esfuerzo del enemigo por tumbar al adversario siempre
es más poderoso que el del afiliado que lleva la bandera en la manifestación.
Mira si no lo del vídeo de Pedro Sánchez contra Pablo Iglesias. «Sí, creo que te has liado»,
le digo, «habitualmente no te embrollas de esa manera: más que una
argumentación has llevado a cabo una exposición tautológica». Es comprensible. Siempre estuvo en contra de la fabricación y venta de armas (obscena justificación del terrorismo y de las guerras, dice, y alguien habrá o debería haber que obligue a los poderosos a destruir el ingente arsenal de horrorosas, pavorosas y destructivas armas que poseen USA y Europa. Porque las armas de USA y Europa también matan).
Guardó silencio, apretó los labios y sentenció:
—Ahora todo se justifica con los peligros del terrorismo: Franco también apelaba (siempre que pretendía justificar lo que tal vez era injustificable) a la conspiración judeo-masónica y el comunismo.
Guardó silencio, apretó los labios y sentenció:
—Ahora todo se justifica con los peligros del terrorismo: Franco también apelaba (siempre que pretendía justificar lo que tal vez era injustificable) a la conspiración judeo-masónica y el comunismo.
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