Civilizados. Nos
autollamamos civilizados. La boca se nos llena (de
aire) cuando lanzamos al viento la proclama de que somos civilizados. ¿Somos o
estamos? ¿Somos civilizados o estamos civilizados? Esa es la
pregunta (that’s the question) que me hago, como un Hamlet
apesadumbrado, con cientos de miles de calaveras entre los
dedos pegajosos de perplejidad.
O sea. Si de pronto te da un ataque de pureza
lingüística y vas y te agarras a la Gramática de la Lengua Española, de Emilio
Alarcos, comprenderás las no pequeñas diferencias que existen entre ser y
estar. Porque resulta que el significado del verbo ser es esencial, algo
así como una significación incrustada en la cualidad del nombre de tal forma
que no puede quitársela de encima ni con ayuda del láser. Vamos, que es su
propio pellejo, como si dijéramos. En cambio, el significado del verbo estar
es accidental, y unas veces puede venir a cuento su significación y otras no.
En este sentido, si uno es tonto quiere decir que la tontuna la lleva
encima de por vida; por contra, si oyes decir que menganito está tonto
quiere decir que la tontuna es una especie de gabardina que unas veces se pone
y otras se quita.
O sea. ¿Somos civilizados o estamos civilizados? Si
el concepto de civilización, y sus consecuencias, configura nuestro pellejo y
desarrolla actitudes de respeto a las personas, a las creencias, a la cultura y
a las ideas y dicho concepto de civilización nos impulsa a actuar en
consecuencia, no hay duda: somos civilizados. Pero, de pronto, va el ser el humano y se dedica a matar a otros seres humanos, va la
cosa de la civilización y se esfuma, y el ser humano se convierte en un tanque
o en un F-18 o en un misil nuclear o en un genocida o en un vigilante de la
playa mundial o en un gendarme del orden terráqueo, y resulta que sólo estamos
civilizados (por el uso de la tecnología y todo eso), porque lo que se dice ser
civilizados ya no lo somos.
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