jueves, 23 de octubre de 2014

POR RARO QUE PAREZCA HAY VECES EN QUE DOS Y DOS NO SON CUATRO

Hay un  caso en el que se muestra, a mi parecer, que dos y dos no son cuatro. Es el, llamémoslo así, ‘caso Salvador Allende’. Uno es un ignorante perdido en el proceloso mar de la desinformación. Quién lo iba a decir. Con tanto leer los poemas y antipoemas de Nicanor Parra, los poemas infrarrealistas mexicanos de Roberto Bolaño, los poetas chilenos de los noventa, y al Pablo Neruda juvenil, encendido y rítmico, y al Huidobro de siempre jamás, más la experiencia lírica de Gabriela Mistral, y a Elías Letelier, y a Verónica Zondek, y a Teresa Calderón, y yo qué sé a cuantos, pues va uno y no sabe nada de Salvador Allende, excepto las cuatro cosas que sabe todo el mundo: elegido presidente en 1970 y derrocado y muerto por el golpe de Estado de Pinochet en 1973. Pero lo que uno ignoraba (sea cierto o no el supuesto) es que Salvador Allende fue cocinero antes que fraile, es decir, fue un derechudo riguroso antes que socialista mártir. Como Quevedo y su anomalía: cabizmundo y meditabajo. Así me he quedado. Porque cuando uno admira a una persona y te la ponen como que se ha dado media vuelta, pues que le entra a uno la frialdad de la desilusión. Según asegura el profesor Víctor Farías («Salvador Allende: contra los judíos, los homosexuales y otros degenerados»), Allende fue, cuando ejercía como joven médico allá por 1933, fascista, antisemita y homófobo. Si es cierto, hay que admitirlo. Si es mentira, hay que rebatirlo. Pero, por lo visto, estas cosas de la desmitificación de mitos no pueden decirse en alta voz para evitar ser tachado de retrógrado y facha, lo que me inclina a pensar que a veces dos y dos no son cuatro.



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