Aquello se acabó, ya sabes. La afilada violencia de la guillotina primero y los disparos, más o menos acertados, de los votos democráticos después, han derribado aquella imagen regia portadora de referencias divinas y carismáticas. (Con lo de Urgandarín, puede que también ocurra aquí).
Sin embargo, la imagen de los reyes cobra dimensiones esotéricas durante estas fechas, de manera que el repeluzno es clamoroso y me dan ganas de abrirme y largarme a la Patagonia, si pudiera.
Los que no se largan son los reyes de la publicidad, comecocos que sorben el seso de la niñez y desarrollan el ego de los padres. Y así, la fauna predadora de la publicidad comercial promociona la figura de los Reyes que vienen de Oriente, pero que de muy oriente, de China, Taiwán y por allí, cargados con el oro, el incienso y la mirra de la insensatez.
Anécdota: El tío Carlos. Pesado insoportable. Se ha pasado la noche de Año Viejo asegurando a la grey familiar que en este país nadie tiene un euro. Lo de la justicia, la delincuencia, y las cárceles son una vergüenza nacional. La crisis es una mierda y los bancos son los enmerdadores. El tío, digo, va y le regala al niño un artilugio que simula, a escala real, una pistola Smith & Wesson, y ensalza la puntería infantil cuando el angelito atraviesa una manzana colocada en la cabeza de Troski, el perro.
¡Cómo mola!
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