Soy duro de lágrimas. En pocas ocasiones cedo al llanto. Esta ha sido una de ellas. Gimoteo y recuerdo la égloga I de Garcilaso. El duelo de Salicio ante la frialdad nívea de Galatea: «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo».
Aquí ha sido al revés. He llorado ante el dolor de Kiko Rivera por tener que abandonar a Jessica Bueno. Lo tenía agobiado. Porque esos amores tan intensos agobian mucho. Jessica, tan rolliza, tan miss Sevilla 2009, tan sonrisa Esther Williams o por ahí, estaba locamente enamorada. Y Kiko se agobió. Kiko, tan gordito, tan poco pero que tan poco agraciado (es decir, feo), tan vividor y tan de juergas nocturnas, tan pantojo, pues fue y se compró un Audi R8 negro. Para desagobiarse. ¿Cómo no voy a llorar ante ruptura tan morrocotuda que ha conmocionado a la twittería española?
Pero ahí estaba la Pantoja. Que no es nadie, vamos. Que va y obliga a su Kiko a que pida perdón públicamente a Jessica y vuelva con ella. Y Kiko, hijo amante, fiel y obediente (manda quien manda y cartucho a la escopeta), hace lo que dice su madre. Tiene la fuerza de la Cruz de las Tres Caídas, que lo anima y fortalece. Y vuelve con Jessica. Y siguen tan enamorados.
Pregunto: ¿Acaso no es conmovedora la historia? ¿Acaso no ha conmocionado a media España?
¡Cómo no voy a llorar, aunque soy duro de lágrimas!
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