lunes, 28 de noviembre de 2011

FELICIDAD

Leo: «¿Quiere ser feliz en diez días?». Sorpresa. Toda la vida buscándola. Ahora, en diez días. Como el inglés, la celulitis, los dientes sanos, la alopecia, las ventajas de la vitamina C, la artrosis a partir de los 50.  Todo en diez días. Una llamada al teléfono indicado et voilà, feliz. 
Abstracción inasequible, la felicidad. Ahí, en dos líneas. 
La felicidad, perdida entre el batiburrillo anunciador de pisos, traspasos, ventas, compras, ofertas de fincas, ofertas de trabajo, agencias matrimoniales, contactos, investigadores privados e hipotecas. ¿Quién resiste la tentación de ser feliz en diez días?
Fácil. 
Traga la oferta televisiva, esa que considera imbéciles a los telespectadores, 
arráncate el ojo crítico y déjalo sobre la mesita del teléfono,
inutiliza tu capacidad de raciocinio, 
aplaude la estupidez rosa de los famosos, 
consiente la quisquillosa torpeza de los políticos, 
no descompongas la pedorrera cerebral de la publicidad, 
déjate llevar por la inercia bélica de las armas, 
olvida la pena, la aflicción, el horror o la furia ante los ojos de niños que quizá no sobrevivan al pánico de la guerra, ojos de niños que han perdido la infancia, ojos de niños que han aprendido el odio desde las desoladas camas de los hospitales,
olvida el llanto de las mujeres maltratadas y su dimensión de lo incomprensible, 

olvida los párpados de los ancianos absolutamente abiertos ante la estupefacción que provoca la nada. 

Quizá la felicidad consista en olvidar todo esto. Olvido y presencia. Olvido como pérdida voluntaria de la capacidad de pensar. Presencia como aceptación exclusiva de lo banal. 
Si quieres  ser feliz en diez días, dedícate a la asunción de los hechos banales, acéptalos y manda a tomar por saco a quien pretenda implicarte en la reflexión inteligente. 
(¡Faltaría más!). La felicidad, esa cosa(haz click)

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