La prensa escrita y televisual abundó aquellos días en el comentario de
la parida de Francisco Javier León de la Riva , alcalde de Valladolid. Era la Gala de la Semana de Cine (SEMINCI): «Cada vez que veo los morritos de Leire Pajín pienso lo mismo». Efecto y consecuencia. El efecto de la frase del alcalde fue el revuelo mediático que levantó. La consecuencia fue el cúmulo de apelativos con que se le (des)calificó: zafio, machista, obsceno, indigno y reaccionario. Tuvo que recibir a los invitados en el interior del teatro Calderón para evitar
los abucheos.
Efecto es aquello que sigue por virtud de una causa. ¿Qué causa impulsó al alcalde a inducir el efecto intemperante de llamar a la entonces ministra ‘la alegría de la
huerta’, la de ‘los condones’ y la de ‘los morritos’? ¿Acaso fue la impudicia? ¿Y
si el nivel profundo de la mente del alcalde no fue impúdico sino estético? ¿Y
si él consideró—preconsciente, subconsciente— que los morritos de Leire Pajín
constituían una metáfora? Todo el mundo sabe que la metáfora contiene dos
elementos comparativos: «Los dientes de mi amada son como perlas»;
posteriormente aparece la identificación: «Los
dientes de mi amada son perlas»; finalmente se elimina la identificación: «Las perlas
de mi amada». Metáfora pura. Este proceso pudo moverse en la procelosa mente de León de la Riva :
a) pienso que sus labios son apetecibles como morros, b) pienso que sus labios
son morros, c) pienso en sus morros (acariciados por el diminutivo afectivo
‘morritos’). Quizás una metáfora no debería de haber armado tal revuelo, porque
los elementos metafóricos no son machistas, usted comprende.
Cierto que las declaraciones de León de la Riva fueron intolerables.
(Aunque más de dos pensaran en la sabrosa apetencia de los morritos, no tuvieron el desacierto de
proclamarlo). Así y todo seguimos teniendo a día de hoy políticos muy rayados. Así lo confirma la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE).
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