Esto viene de atrás. Día 4 de noviembre de 2005. Congreso de los Diputados. Se debate la admisión a trámite del proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña.
El señor Rajoy, a vueltas con la
desintegración de España, señaló como único culpable de la posible
fragmentación española a Zapatero. «El estatuto es el precio que debe pagar
Zapatero para seguir gobernando, aunque sea el precio de alentar la ruptura de
España», dijo. A su vez, la intervención de los demás ponentes consistió en dar
caña a Rajoy más que en aclarar sus posiciones ante el Estatuto. Daba la
impresión, a mí me lo parecía, de que representaban un papel en el que la persona se adecuaba al personaje para desarrollar los
pasos de la escena tradicional. Entre
esas aguas nadaba estólidamente la frialdad política de Zapatero.
Las arenas movedizas de un consenso forzado engullían
de forma imperceptible pero milimétrica, las actitudes simuladas
de los defensores del ascua en la sardina propia. Particularmente espectacular
se mostró Carod-Rovira. Disfrazado con una piel de cordero que le sentaba como
a un santo dos pistolas, se parapetó tras un discurso tal vez impecable
(implacable mejor) para asegurar que, de las dos Españas: la de Zapatero y la
de Rajoy, prefiere la primera, afirmada en el progreso, en el consenso y en el
olvido de 1939, una España con la que se pueda pactar y con la que se pueda
dialogar (no dijo a la que se pueda pertenecer). El rito de la ceremonia puesto en escena se
cumplía escrupulosamente. Si un modelo federal es inconstitucional para España,
ayer se arrojaron a las arenas movedizas los miedos a la España plural. Las arenas
movedizas de la división. Tal vez la actitud del estado español hacia Cataluña haya contribuido a aumentar la desafección de los catalanes hacia España. (Y yo tragándome el bodrio. Idiota.)
*Resumen del artículo que publiqué en HOY, diario de Extremadura, el 5-11-2005.
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