Ahora mismo llueve a cántaros. Y por no hablar del acojonante aumento del paro en septiembre, el 25% de la población activa, voy a hablar del DPD. No quiero referirme a un nuevo
artefacto de seguridad pasiva, de esos que llevan los automóviles con
equipación completa (full equipe se
decía antes y quedaba tan fino), usted comprende, ABS, AC, DVD, TOD, TCS, BAS,
ABD, ESP…, y otras siglas enrevesadas y caóticas que no sé si incluirá y
aclarará el nuevo DPD o no. Porque el nuevo DPD no es otra cosa que el
Diccionario Panhispánico de Dudas (edic. 2005), que es como la prensa debería haberlo
denominado en sus titulares y no con esas siglas que
no las identifica ni la madre que las parió y que, ya digo, tienden a confundir
el diccionario con un sistema de asistencia a la frenada. Los días de lluvia (hoy, sin ir más lejos) me arrellano en mi sillón preferido y leo varias páginas del Diccionario Panhispánico de Dudas, cosa que eleva mi autoestima porque hace que me sienta como un Borges
cualquiera, ciego de Encyclopaedia Britannica. Así que el conato depresivo del
cielo gris y triste se torna en alegre espabilar de neuronas que, de momento,
dejan de patinar y se aferran justamente a la atracción de las páginas. A pesar de la importancia que el DPD concede a normar los extranjerismos superfluos, excita a la risa la españolización de algunos de ellos, como 'pirsin', antes piercing, esa intervención que consiste en taladrar la oreja, las tetillas, la nariz, la lengua y las vergüenzas (femeninas y masculinas) para colocar en el agujero unas cositas metálicas superadornantes. Lo que pasa es que las tiendas con el rótulo nuevo de 'pirsin' van a perder la clientela. Por extravío léxico. Sigue lloviendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario