No pretendo tener razón. Lo que para mí es acertado, puede ser desacertado para otros.
sábado, 6 de octubre de 2012
MICRORRELATO DE LA NIÑA SUPERSTICIOSA
Frente a la puerta principal del Instituto había una tienda de frutos secos, prensa y bocadillos. En la esquina exterior, los de la agencia funeraria colocaban las esquelas mortuorias, con la reproducción fotocopiada del retrato del muerto (o muerta). Los estudiantes salían del Instituto a la hora del recreo y se dirigían a la tienda a por el bocadillo y la lata de zumo. La niña supersticiosa, en cambio, corría a leer la esquela. Las amigas se reían de ella. Píntale bigote, le decían. La niña supesticiosa se horrorizaba y un escalofrío lúgubre le apretaba el corazón. Pintádselo vosotras si os atrevéis, respondía. Le decían cosas así: ¿piensas que nos da miedo?, los muertos no hacen nada. Ahora verás, dijo la niña valiente, voy a pintarle un bigote y una perilla, como a Bécquer. Y se los pintó. La niña supersticiosa huyó despavorida. Aquella noche, el muerto trasmutado en Bécquer se llevó a la niña valiente a las ruinas del castillo para poseerla. Mientras, un perro se quejaba de los mordiscos de la luna.
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