jueves, 9 de agosto de 2012

MICRORRELATO DE LA CLEPSIDRA


Un cuerpo de bruñida superficie es la hora de las seis de la tarde. Cautiva de reflejos, la tarde es más tranquila cuanto más profunda es la angosta angustia de la clepsidra. La clepsidra llora sus seis horas dilatadas  en aspectos de la realidad, surgidos de un sistema de tira y afloja, rotos en las ecuaciones de este tiempo aparente: una (hora): el libre fluir de la conciencia;  dos (horas): temblores indecisos del fosco monólogo interior; tres (horas): ruidos delusorios de lo que ingenuamente se denomina el hombre: no es eso que realiza, más bien es lo que oculta; cuatro (horas): cantos a la permanente obsesión de su mal o pesimismo desesperanzado; cinco (horas): mitos del minotauro hambriento de doncellas hermosas ya apenas recordadas; y seis (horas): abrazos del entero cósmico, yerto como el sucio metal del tiempo, frígido para la inseminación de un día florescible en las leves entrañas del recuerdo. Las seis de la tarde  determinan estados de tristeza agudos y afilados, como una sonata para piano y violín. En tanto, la clepsidra pretende inútil pero tiernamente enamorar al tiempo.

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