Oye y lee uno tanto sobre la crisis que la empanada mental se apelmaza y probablemente no diga uno más que tonterías. Una de ellas es pensar que la crisis no es otra cosa que una formidable batalla política capitaneada por los grandes poderes económicos, que son los que luego se cobrarán con creces la inversión. El dinero. Cientos de miles de millones de euros. Pregunto que quién regala esos dineros del rescate o de la deuda soberana, y el interpelado me mira con incredulidad, como si yo tuviera cara de haberme caído de un nido. Nadie regala nada, me dice, y menos todavía dinero, y menos aún dinero destinado a la cosa política, todos los que han financiado las megadilapidaciones de España o Italia o Grecia o Portugal esperan sacarle la manteca al tocino, esperan recuperar con creces, más del mil por cien acaso, la inversión. Son los que mandan. Los Gobiernos no tienen más remedio que hacerles caso y, tal vez, no tengan más remedio que legislar según los intereses de quienes les apoquinaron la pasta. (Aunque lo disimulan con los debates políticos en los Congresos y, para que no se note, le echan de comer abundantemente al gentío, y convierten el panem et circenses de los romanos en el sexus et futbolenses de las teuves, para que el personal se adormezca y no rechiste por la subida de los precios y de los impuestos, para que se joda con los recortes.
Tal vez la democracia esté envejeciendo y haya empezado a dejar de ser el menos malo de los sistemas de gobierno.
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