CREDIBILIDAD
JUAN GARODRI
A ver cómo no va a mostrarse uno preocupado. A ver
cómo no vamos a andar unos y otros con el alma en vilo. Anda el personal confuso y desorientado por
las distintas versiones que los mandamases suelen dar de los hechos recientes,
aportan sobre el mismo hecho informaciones contradictorias, cuando no
contrarias, de manera que el personal tiene la sensación de que se las están
dando todas en el mismo carrillo. Un juego incruento en el que uno lleva las de
perder, los dioses del clasicismo también se divertían jugando con los hombres,
adoptaban incluso poses antropomórficas, los dioses,
enamorados y tornadizos, perseguían la belleza cosificada en los senos, pubis,
glúteos y demás atributos femeninos para darse un hartazgo estético, se
divertían con los hombres jugando a la cosa mitológica, y eligieron a los
clásicos para que reposaran en el alabastro su aleteo antropomórfico e
inseminador. Tal vez así juguetean con nosotros, desde un punto de vista más
democrático que mitológico, los mandamases, coronavirus sí, coronavirus no, tal
vez así reparten sus capones y collejas en nuestros cogotes subordinados, poder
legislativo sí, poder judicial no, tal vez así
tiran de la cuerda de nuestras insuficiencias, al compás de sus tirones
levantamos un brazo, o el otro, levantamos una pierna, o la otra, danzamos el
baile triste del sometimiento, unas marionetas insignificantes y abatidas, eso
somos, títeres movidos por medio de hilos económicos, personajes de trapo de la
commedia dell’arte globalizadora, abatidos pierrots en la inseguridad de
los colorines ciudadanos.
Y para resarcirse, uno acude al fútbol y a los
programas televisivos, basureros de efectos especiales y tecnología punta, uno
rebusca en los superhipermercados, esas estaciones municipales de
transformación de residuos sólidos urbanos, las grandes superficies, en las que
uno busca la transformación de los residuos psicológicos en chaquetones o en
video consolas, uno hunde su sometimiento en el consumismo los fines de semana,
para resarcirse, y lo transforma en objetos inútiles y casi siempre innecesarios.
Así ahoga uno los resentimientos, y aunque no todos
pertenecemos a la misma camada, los resentimientos emergen de forma parecida,
más o menos repentina, como las setas y los murciélagos, según uno los
manifieste individual o colectivamente. Aparecen entonces las frases hechas y
surge la pronunciación enérgica que se asienta formidablemente en lo de “
¡intolerable!, ¡no es de recibo!, ¡es de juzgado de guardia!” y otros rosetones
léxicos que afloran entre los basamentos de la indignación, esa mascarada pretenciosa
y anónima que bailotea entre los residuos de la jurisprudencia callejera.
Cómo va uno a conceder credibilidad a lo que oye,
boletines de noticias a todas horas, cada boletín con su santo y seña según la
voz de su amo, cómo va uno a conceder credibilidad a lo que lee, atosigamiento
de noticias, cada periódico con su santo y seña según el ideario impositivo,
cómo va uno a conceder credibilidad a lo que ve, pantallas televisivas, cada
una con su santo y seña según los poderes económicos de los que se nutren.
Mientras tanto, el Gobierno con sus declaraciones, justificaciones y
exculpaciones, casi siempre contrarias a las que ofrecen los distintos medios
de comunicación. Durante los últimos quince días, me he entretenido en
confeccionar un brevísimo florilegio (entresacado de la prensa) de frases,
explicaciones y promesas emitidas por los cabecillas representantes de los
diferentes grupos políticos. Si no se vuelve uno gilipollas mental, se debe a
que el espacio mental de la anomalía ya está ocupado por un alto grado de
masoquismo lector inevitable. Pero, por favor, que no vengan a pedirle a uno,
encima, la ofrenda de la credibilidad.
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