martes, 4 de mayo de 2021

 

CREDIBILIDAD

JUAN GARODRI

 

 Apretado contra el pecho lleva uno el hatillo de su credulidad, ese modesto acopio de acontecimientos que uno acepta ligera y fácilmente a diario, esas sobras de la abundancia informativa con la que te socorren cada día los mandamases, como un pan nuestro desacralizado que te ofrecen no para alimentarte sino para mantenerte desnutrido, uno es un indigente al que le echan el mondongo de sus componendas, un pobre al que socorren con la falsa protección de sus pronunciamientos, un menesteroso sobre el que sacuden los desperdicios de sus comidas de trabajo. Así que camina uno con lo poco que posee, el hatillo de su credulidad, bien apretado contra el pecho para que no te despojen de él, para que no te conviertan en un desposeído, ya lo eres, instalado en la cuneta de la desconfianza. Quieren arrebatarte las escasas monedas de tu credulidad con la falsa promesa de su credibilidad. Aunque no sé yo quién cree en ellos, no sé quién acepta su credibilidad, quién se fía ya de esa cualidad que permite o merece ser creído. (Por mucho que el CIS airee sus encuestas, por mucho que le muestren a uno que el 40 % de los españoles confía en la situación política y está de acuerdo con la situación económica).

A ver cómo no va a mostrarse uno preocupado. A ver cómo no vamos a andar unos y otros con el alma en vilo.  Anda el personal confuso y desorientado por las distintas versiones que los mandamases suelen dar de los hechos recientes, aportan sobre el mismo hecho informaciones contradictorias, cuando no contrarias, de manera que el personal tiene la sensación de que se las están dando todas en el mismo carrillo. Un juego incruento en el que uno lleva las de perder, los dioses del clasicismo también se divertían jugando con los hombres, adoptaban incluso poses antropomórficas, los dioses, enamorados y tornadizos, perseguían la belleza cosificada en los senos, pubis, glúteos y demás atributos femeninos para darse un hartazgo estético, se divertían con los hombres jugando a la cosa mitológica, y eligieron a los clásicos para que reposaran en el alabastro su aleteo antropomórfico e inseminador. Tal vez así juguetean con nosotros, desde un punto de vista más democrático que mitológico, los mandamases, coronavirus sí, coronavirus no, tal vez así reparten sus capones y collejas en nuestros cogotes subordinados, poder legislativo sí, poder judicial no, tal vez así tiran de la cuerda de nuestras insuficiencias, al compás de sus tirones levantamos un brazo, o el otro, levantamos una pierna, o la otra, danzamos el baile triste del sometimiento, unas marionetas insignificantes y abatidas, eso somos, títeres movidos por medio de hilos económicos, personajes de trapo de la commedia dell’arte globalizadora, abatidos pierrots en la inseguridad de los colorines ciudadanos.

Y para resarcirse, uno acude al fútbol y a los programas televisivos, basureros de efectos especiales y tecnología punta, uno rebusca en los superhipermercados, esas estaciones municipales de transformación de residuos sólidos urbanos, las grandes superficies, en las que uno busca la transformación de los residuos psicológicos en chaquetones o en video consolas, uno hunde su sometimiento en el consumismo los fines de semana, para resarcirse, y lo transforma en objetos inútiles y casi siempre innecesarios. Así ahoga uno los resentimientos, y aunque no todos pertenecemos a la misma camada, los resentimientos emergen de forma parecida, más o menos repentina, como las setas y los murciélagos, según uno los manifieste individual o colectivamente. Aparecen entonces las frases hechas y surge la pronunciación enérgica que se asienta formidablemente en lo de “ ¡intolerable!, ¡no es de recibo!, ¡es de juzgado de guardia!” y otros rosetones léxicos que afloran entre los basamentos de la indignación, esa mascarada pretenciosa y anónima que bailotea entre los residuos de la jurisprudencia callejera.

Cómo va uno a conceder credibilidad a lo que oye, boletines de noticias a todas horas, cada boletín con su santo y seña según la voz de su amo, cómo va uno a conceder credibilidad a lo que lee, atosigamiento de noticias, cada periódico con su santo y seña según el ideario impositivo, cómo va uno a conceder credibilidad a lo que ve, pantallas televisivas, cada una con su santo y seña según los poderes económicos de los que se nutren. Mientras tanto, el Gobierno con sus declaraciones, justificaciones y exculpaciones, casi siempre contrarias a las que ofrecen los distintos medios de comunicación. Durante los últimos quince días, me he entretenido en confeccionar un brevísimo florilegio (entresacado de la prensa) de frases, explicaciones y promesas emitidas por los cabecillas representantes de los diferentes grupos políticos. Si no se vuelve uno gilipollas mental, se debe a que el espacio mental de la anomalía ya está ocupado por un alto grado de masoquismo lector inevitable. Pero, por favor, que no vengan a pedirle a uno, encima, la ofrenda de la credibilidad.

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