jueves, 3 de enero de 2013

MEGASUPERRELATO DEL REGALO


La condición humana —pido permiso a Malraux— se deshace en afectos. Y aparece la tapadera del regalo. La especulación del regalo material. Objetos, cachivaches y adminículos se regalan con sobreabundancia y énfasis afectuoso. Empieza a desvirtuarse el afecto, chantajeado subrepticiamente por la importancia pecuniaria del regalo, deslumbrado el personal por el oropel y la maturranga. El regalo deviene en obligatoriedad afectuosa, una especie de imposición recíproca que empaña la ingenuidad limpia del afecto. Los escolásticos  opinaban que no todo era trigo limpio en las cuestiones referentes al afecto. Y así, exponían que tú ejercitabas el amor benevolentiae cuando tu afecto era puro,  dedicado a las personas por ellas mismas. En cambio, el amor concupiscentiae configuraba un eje de sentimientos opacos en los que tu  afecto aparecía como algo bastardo, por cuanto se manifestaba como una emoción, o turbación, dirigida a alguien para que pudiera repercutir en tu propio provecho. Si sacas la oportuna moraleja, advertirás que el empalagoso atontamiento de la publicidad hace gala de un afecto más falso que una mula tuerta. Si adquieres un pack de telefonía móvil, obtendrás cincocientos mil euros de regalo en llamadas. Si te abonas a cualquier plataforma digital, seis meses de regalo porque no pagarás hasta junio. Si llamas al 5016, conexión gratis a Internet y ADSL de 40 megas, router incluído. Si adquieres la tarjeta bobitel de cualquier grande superficie, un cinco por ciento de regalo en tu ticket de compra. Y así.
Y el gentío acude en tropel, con flores a porfía, en busca del regalo. Un corte de mangas a los megasuperengañabobos del regalo y del mercadeo. Eso es lo que hay que hacer. Que rebajen los precios y que le hagan el regalo a su tía. Tontainas.

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