En la radio del coche sonaban las voces de una tertulia. Me echaban en cara que me gustase la navidad, qué horror, festividad senescente impulsada por intereses religiosos para desarrollar el
alzheimer de la nostalgia. Me refregaban por las narices que me sintiese
atraído por la navidad, qué vergüenza, todo el odioso comecoco educativo con el
que me tallaron la cabeza a escuadra cuando era niño, volvía a repetirse,
indefectiblemente, durante estos días ñoños y sensibleros de la navidad. Me
echaban en cara que me resultara gratificante la familia, qué asco, reuniones de cuñados/as, suegros/as, tíos/as, primos/as y demás parentela cuyo
único objetivo de reunión es palmearse la espalda, beber dos güisquis, cenar
langostinos y comer el asado de pascua. Y encima había que cantar villancicos, manifestación tontorrona de la insulsez musical, y demostrar que la alegría
te brotaba de la piel, so pena de aparecer como un bicho más raro que el abuelo
de los Simpsons. Me echaban en cara que aceptara una paz y una
felicidad impuestas por decreto, que soportara unas fechas en las que había
que mostrarse amable con todo el mundo, que consintiera un gasto ciudadano
socialmente inadmisible, árboles navideños cargados con el desperdicio de
las cien mil lucecitas, avenidas iluminadas hasta la náusea, Ayuntamientos adornados con las baratijas del despilfarro. Apagué la radio y salí del coche, cabreado. Los cagaleches progretas, intelectomínidos primiseculares, tienen que joder la
manta de la diversión. ¿Por qué el consumidor navideño pertenece necesariamente a una fauna borreguilmente idiotizada? ¿Por
qué el generalizado deseo de paz y felicidad relaciona únicamente a
seres estúpidos? No sé qué coños habrán hecho
los tipos de la tertulia durante estas fiestas. ¿Se habrán
largado a una isla desierta o se habrán reunido para discutir los idiotipos de
un futuro intelectualmente deplorable? Seguro que el día de Nochebuena apenas
disfrutaron. Ni pavo ni champán ni nada. Quizá se tocaron los huevos de su cultísimo descontento.
Pues claro...! si todos sabemos que esto es una fiesta llena de mentiras, un invento comercial. Lo que pasa es que esos románticos que aún quedamos buscamos la ocasión que nos brinda un escenario que imaginamos "mágico" para poner nuestra inspiración. El problema es que nos dejamos "camelar" por toda esa parafernalia que incluye la música, villancicos, lucecitas, etc... y que nos obliguen a sentir adoración por la gente que no se lo merece. Feliz año nuevo.
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