La Comunidad Europea quiere que España destierre la Ñ de sus ordenadores. En el abecedario castellano aparece esa letra única y
excepcional, tan insólita y exclusiva que ningún otro idioma europeo la posee. Una feroz persecución, internacionalmente informática, quiere
cargarse la ñ. Si en ningún idioma europeo existe la grafía ñ,
argumentan, ¿por qué mantenerla en los teclados? Muchas voces se han alzado en
defensa de la ñ. Vargas Llosa, García Márquez, Luis María Ansón, Emilio
Lorenzo, por citar algunas. Ansón, además, ocupa el sillón de la letra ñ
en la Real Academia.
En su defensa, escribe lo siguiente: «Mientras los franceses o italianos, para
conseguir el sonido de la ñ, tienen que escribir gn, y los
portugueses nh, los españoles hicieron la gran aportación al alfabeto
latino al escribir por vía lúdica la diferencia fonológica entre una nasal
alveolar —la n— y una nasal palatal —la ñ— ». Durante la Edad Media empezó a
utilizarse la ñ gracias a la tilde más o menos ondulada que se escribía
sobre el grupo nn, para abreviarlo. Después, la ñ ha ido
extendiéndose por las páginas del castellano depositada en una hermosa
incrustación sonora, un adorno palatal que aletea entre cientos de palabras
como una libélula de la lexicografía. ¡Coño, la ñ de España!
El teclado no sé, pero los teléfonos móviles de la generación actual ya no la escriben, ni como carácter especial, porque el sistema Android que llevan estos dispositivos no lo permiten. Y tengo entendido que el próximo Windows ya no la trae. Una blasfemia, te digo yo.
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