Aquella
noche fui de putas. La chica temblaba y nos sentamos en el parque. Me dijo que era profesora de Filosofía del Lenguaje. Me invitó a subir a su apartamento. Dijo que prepararía un café. Salió desnuda de la cocina, con la bandeja de la cafetera y las tazas en la mano. Era angelicalmente hermosa. Lloró y me contó su
autocompasión. Dijo: El tiempo es
pequeño. Convertido en un breve puñado de minutos, mi tiempo se vence tenaz hacia la nada. Yo, como una tonta, me
venzo también hacia la nada. Estoy tan contenta en el vacío… La
miré fijamente. Sus ojos eran tiernos. Continuó
entre lágrimas: Avivo el tiempo cuanto puedo. Le pregunto a Quevedo por el
tiempo. Se burla de mi pretenciosa disposición a alargar los instantes. No
tengo masa eterna por mucho que lo piense. Dispongo, pobrecilla, de un ser que
fue, que cierto será nada, preparo solamente la muerte de ese tiempo que mido,
que me olvida. ¡Si seré estúpida!
Aceptó mi silencio y rechazó
el billete. Nos fuimos cada uno por su sitio.
Maravillosa historia. Ternura y poesía a raudales. Un romántico como yo se hubiera enamorado de esa bella puta solo verla y escucharla. Un beso para ella, claro (si existiera en alguna parte del mundo).
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