lunes, 12 de noviembre de 2012

MICRORRELATO DE LA SEÑORITA MAESTRA

Olga, (Pablo Picasso)
 Pues va la cosa de una señorita que fue maestra en 1923. En España el general Primo de Rivera efectuaba ‘su’ Golpe de Estado e instauraba la dictadura militar. Por la cantidad de 75 pesetas al mes durante ocho meses, la señorita maestra se comprometía a no casarse, a no andar en compañía de hombres, a permanecer en casa de ocho de la tarde hasta las seis de la mañana, a no pasearse por las heladerías, a no salir de la ciudad, a no fumar cigarrillos, a no beber cerveza, vino ni whisky, a no viajar en coche con ningún hombre, a no vestir ropas de colores brillantes, a no teñirse el pelo, a usar al menos dos enaguas, a no usar vestidos de más de cinco centímetros por encima de los tobillos, a mantener limpia el aula, a barrer el suelo diariamente, a limpiar la pizarra, a encender el fuego del aula a las siete de la mañana y, finalmente, a no usar polvos faciales, ni maquillarse, ni pintarse los labios. Si la Señorita no cumplía las cláusulas a las que se había comprometido por contrato, éste quedaba anulado por el presidente del Consejo de Delegados. Si la señorita lo cumplía, era una buena maestra. Al atardecer, la Señorita salía de paseo y se acercaba a la orilla del río a recoger poleos para el gazpacho. En las aguas cristalinas contemplaba su rostro resignado y su belleza le parecía una belleza desperdiciada. Envidiaba las risas de las mozas que jugaban a correr con los mozos entre las tamujas y deseaba unas manos que la acariciasen. La Señorita se sentía triste y regresaba a casa a encender el brasero y, a su calor, leer una y otra vez las páginas de “Rojo y Negro” de Sthendal. A ella también le hubiera gustado descerrajarle dos tiros al señor presidente del Consejo de Delegados. Aunque luego hubiera sido ejecutada como lo fue Julián Sorel. (Y todo por 75 pesetas mensuales, 0’45 céntimos de euro, lector incrédulo).


1 comentario:

  1. ¡Coño, qué cuento más triste! ¿Y las licencias de autor? ¿no te podías haber saltado alguna prohibición para que el cuento terminara bien? No sé... un poco de rebeldía y desvergüenza hubiera aliñado ese final feliz que, al menos yo, quería. Sí, ya sé lo que me vas a decir: "Es lo que había"

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