MICRORRELATO DE LA SEÑORITA MAESTRA
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Olga, (Pablo Picasso) |
Pues va la cosa de una señorita que fue maestra en 1923. En España el general Primo
de Rivera efectuaba ‘su’ Golpe de Estado e instauraba la dictadura militar. Por la cantidad de 75 pesetas
al mes durante ocho meses, la señorita maestra se comprometía a no casarse, a no andar en compañía
de hombres, a permanecer en casa de ocho de la tarde hasta las seis de la
mañana, a no pasearse por las heladerías, a no salir de la ciudad, a no fumar
cigarrillos, a no beber cerveza, vino ni whisky, a no viajar en coche con
ningún hombre, a no vestir ropas de colores brillantes, a no teñirse el pelo, a
usar al menos dos enaguas, a no usar vestidos de más de cinco centímetros por
encima de los tobillos, a mantener limpia el aula, a barrer el suelo
diariamente, a limpiar la pizarra, a encender el fuego del aula a las siete de
la mañana y, finalmente, a no usar polvos faciales, ni maquillarse, ni pintarse
los labios. Si la Señorita
no cumplía las cláusulas a las que se había comprometido por contrato, éste
quedaba anulado por el presidente del Consejo de Delegados. Si
la señorita lo cumplía, era una buena maestra. Al atardecer, la Señorita salía de paseo y se acercaba a la orilla
del río a recoger poleos para el gazpacho. En las aguas
cristalinas contemplaba su rostro resignado y su belleza le parecía
una belleza desperdiciada. Envidiaba las risas de las mozas que jugaban a correr
con los mozos entre las tamujas y deseaba unas manos que la
acariciasen. La
Señorita se sentía triste y regresaba a casa a encender el
brasero y, a su calor, leer una y otra vez las páginas de “Rojo y Negro” de
Sthendal. A ella también le hubiera gustado descerrajarle dos tiros al señor
presidente del Consejo de Delegados. Aunque luego hubiera sido ejecutada como
lo fue Julián Sorel. (Y todo por 75 pesetas
mensuales, 0’45 céntimos de euro, lector incrédulo).
¡Coño, qué cuento más triste! ¿Y las licencias de autor? ¿no te podías haber saltado alguna prohibición para que el cuento terminara bien? No sé... un poco de rebeldía y desvergüenza hubiera aliñado ese final feliz que, al menos yo, quería. Sí, ya sé lo que me vas a decir: "Es lo que había"
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