Hace tiempo un amigo me proporcionó la receta del ajo. Si la llevas a la
práctica y la tomas con asiduidad, me dijo, te verás libre de toda clase de
dolencias. «Receta de un fármaco encontrado en un budista, entre las montañas
del Tibet», rezaba el título. Y allá iba el ajo con sus seis cabezas trituradas
y mezcladas en tres litros de aguardiente. Fíjate bien, me informó, este preparado de extracto de ajo limpia el organismo de las grasas y lo libera de los cálculos depositarios, mejora el metabolismo y, en consecuencia, los vasos sanguíneos se hacen elásticos. Cura la arterioesclerosis, la isquemia, la sinusitis, la hipertensión, las enfermedades broncopulmonares, el dolor de cabeza, la trombosis, la artritis, la artrosis y el reumatismo. Cura la gastritis, las úlceras de estómago y las hemorroides; absorbe todo tipo
de tumores internos y externos, cura los disturbios de la vista y el oído. Todo
el organismo se recupera. Mi amigo calló, supongo que sobrecogido por el
aspecto estupefacto que mostraba mi rostro. O sea, le dije, que si se toma
asiduamente el preparado de extracto de ajo lo mismo va uno y no se muere. Algo
así, me respondió.
Pues nada, ahora van los americanos y revientan el milagro del ajo. Una investigación publicada en la revista estadounidense Archives of Internal Medicine, ha comparado los efectos del ajo crudo con dos suplementos alimenticios y deduce que el ajo es una mierda,
ni siquiera ayuda a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Hala, a
morirse otra vez la gente porque el ajo ya no conserva sus propiedades.
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