Me puse la ropa de aquel hombre contento que alzaba los brazos como un loco para amar todas las horas del día. Se nutría de minutos
para ver la porcelana de la noche. Y la magia nocturna sucumbía en el pozo diario
de la nada. De ahí mi desencanto. Eso era todo. Mas no me conformé. También alcé los brazos para atrapar el tiempo. Pero el tiempo es pequeño y se me convertía en un breve puñado de minutos. Se escurrían como el agua se escurre entre los dedos. Ese tiempo
pequeño que me rodea y me abraza ferozmente y se vence tenaz hacia la nada. Yo, como una tonta, me vencía también
hacia la nada. Estaba tan contenta en el vacío. Sin saber, como tonta, lo siguiente: mi alegría manaba de los sueños que me hacen imposible.
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