Los filósofos escolásticos se ponían muy pesados con
eso de los efectos y las causas, mayormente con lo de las causas, más que nada
para justificar la pertinencia o impertinencia de los efectos. Aunque, la
verdad, con tanto escrito patrístico (desde Próspero de Aquitania hasta Juan
Damasceno) la escolástica areopagítica se organizó un lío con la ontología de
los estratos, y divulgó la idea de la
jerarquía y estratificación del ser. Así que se dedicaron a asimilar
adecuadamente el concepto de causalidad desarrollado por el Pseudo-Dionisio, y se difundió el socorrido principio de
que «la causa es siempre más noble que el efecto y contiene más ser que el
efecto». La cosa tiene miga. Porque quizá de aquí haya derivado,
posteriormente, todo eso de la nobleza de las causas, y se hayan cometido
millones de estupideces, barbaridades, aberraciones, atrocidades, canalladas y
absurdos en aras de las causas nobles.
Después de este rollo patatero pregunto: Si la causa de la crisis es esa abstracción a la que llaman mercados financieros y los efectos son los recortes económicos, la recesión, el paro y el endeudamiento ciudadano, ¿Es acaso esa causa (enriquecimiento de los mercados) más noble que sus efectos (empobrecimiento ciudadano)?. Anoche Rajoy, en la entrevista televisiva de la 1, dijo que sí. Claro que fue un sí enmascarado y justificativo. Obligatorio. Como el Sí de las niñas, de Moratín.
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