Así que se me revuelven las tripas ante las
hipócritas sandeces de los mandamases, y gargajeo y escupo sobre la obscenidad
de la venta de armas. Afirmo que la obscenidad de la guerra
consiste en que los mandamases pretenden hacernos creer que ellos actúan
en nombre nuestro para evitar el genocidio, y va la gente y se lo traga.
Sólo pretenden aprovechar la
guerra para probar su nuevo y sofisticado armamento y, de paso, vender armas y
prestar dinero para la reconstrucción de países cuya destrucción ha provocado
la venta de sus armas. ¿En qué cosiste mi obscenidad?, pregunto. Y va uno
y me dice al oído, coño, lo obsceno está en que al final del artículo escribes
lo de la polla, hombre, que hasta cuándo vamos a seguir chupándonos la polla.
Muy feo.
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