El gentío es inocente, ya saben ustedes, con la inocencia del pueblo que
es como antes se le llamaba, “el pueblo”, sustituido ahora por la rimbombancia
semántica de ciudadanos, pertenecientes a una categoría abstracta denominada
“ciudadanía”, porque el término ciudadanía se aproxima más devotamente a la
idea de república, se acerca más
reverentemente al concepto emancipador de revolución, se aplica más
ardorosamente al pensamiento histórico de progreso. En cambio el pueblo, lo que
se dice “el pueblo”, conlleva una idea agreste y rudimentaria de terruño y
camisa sudada, en contradicción precisa con la electrónica, la ley de
protección asistida y la libertad de elección sexual. Tanto es así, que es raro
escuchar de labios políticos, o de boca progreta, aserciones tan arriesgadas
como, por ejemplo, ‘el pueblo español prefiere el proceso de paz’. Ni hablar.
De pueblo español, nada. Es el ciudadano de este país quien prefiere el proceso
de paz. Oyes al señor Urkullu, con su cara seriamente litúrgica de maestro de
ceremonias, y va y dice que el ciudadano ha elegido
el proceso de paz. Y, a noticia seguida, oyes al señor Rajoy, con su cara de
bibliotecario decimonónico e, idénticamente, va y
dice que el ciudadano quiere que se respete la Constitución y que no
se negocie con terroristas. ¿Qué ciudadano español de este país exige tal
postura? ¿Cuántos? ¿Qué ciudadano exige la contraria? ¿Cuántos? ¿Cuándo?
¿Dónde? ¿Las encuestas? Me tiro al suelo de la risa y me abofeteo sañudamente
para desencajarme la mandíbula. Todo el mundo sabe que las encuestas siempre
arrojan resultados satisfactorios para el organismo que las encarga. Así que al
ciudadano se le ofrecen comuniones con ruedas de molino. Y las traga. En
cambio, el pueblo era más duro de pelar.
Ese maestro de ceremonias, el bibliotecario y demás tunantes que interpretan o manejan las encuestas a su antojo lo van a tener pronto más difícil, porque muchos vamos a volver a ser “el pueblo duro de roer”
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