(Continuación)
Se medita en el amor que Dios ha manifestado a los hombres, en las
verdades teológicas, en los frutos salvíficos de la redención o en la salvación
del alma. Pero no sé hasta qué punto es apropiado meditar en una demostración
matemática. En el teorema de Pitágoras se piensa, o se discurre sobre él. Pero no se
medita. A no ser que la sensibilidad teórica se mantenga tan a flor de piel que
el solo pensamiento de la proposición científica susceptible de ser demostrada
haga saltar las lágrimas al enamorado de los axiomas. No es raro. Yo conocí en
Salamanca a un padre jesuita, profesor de griego clásico, que lloraba cada vez
que recitaba de memoria los pasmosos y épicos versos de Homero que narran la
cólera de Aquiles. Pero vamos, no es el caso. Aquí de lo que se trata es de que
la meditación espiritual, esa que utiliza las frases de «Dios es amor» o «Dios
es paz» o «Dios te ama», repetidas una y otra vez en el turbio interior de la
conciencia, resultan relajantes e incluso eficaces contra el dolor físico o
moral, contra la ansiedad y el estrés. Cosa que no consigue la ‘meditación
secular’ (estoy contento, soy feliz, el Madrid es el mejor equipo del mundo,
cosas así).
(Continuará mañana)
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