Yo debo de ser un inconformista cósmico, emancipado de las aceras. Todo me
parece mal. Cierto. Porque una cosa es el razonamiento y otra el asentimiento. Resulta fácilmente
comprobable la verificación de que el gentío no razona sino que asiente. Basta que la publicidad le coloque el
producto a tiro de supermercado, por ejemplo, para que la grey se apresure a adquirirlo
sin atenerse a razones cualitativas, movida por un impulso aquiescente que la
precipita al enganche del carrito sin atenerse a reflexiones previas. Cuando ceno con el grupo, yo pongo a parir la perversidad estética de los programas televisivos, amén de su
degradación ética, su vulgaridad poética, su publicidad cosmética y su
presentación patética (disculpa el sinsentido semántico y las esdrújulas). Sin
embargo, el grupo se afianza en el asentimiento ciego. Y
acepta la bondad extrínseca de tales abominables programas. Y argumenta: «Pues
no serán tan malos los programas: Si todo el mundo los ve, por algo
será». Definitivo. El razonamiento es tan apodícticamente definitivo que
permanezco mudo, pensando en ese pozo de prioridades
escondidas en la contundencia del algo, pensando en esa puerta enigmática del neutro
indefinido: por algo será. Así que no tengo más remedio que
aplicarme a las chuletas y al Tentudía, y dejar para otra ocasión lo de abrir
el pico en favor del raciocinio. Cosas.
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