(El siguiente artículo apareció publicado en HOY, periódico regional de Extremadura, el día 15 de febrero de 2004. Me parece oportuno reproducirlo ahora).
Eran las 21 horas y 43 minutos del día 11 de febrero de 2004.
El árbitro Iturralde González cometió una acción insólita y execrable: expulsó
del terreno de juego a Zinedine Zidane por propinar un blandengue soplamocos a
Pablo Alfaro. En aquel preciso instante, toda España se puso a discutir
apasionadamente la licitud o ilicitud de la decisión arbitral. El Sevilla
ganaba 1-0 y las consecuencias podían convertirse en trágicamente irreparables
para el Real Madrid. El bar se convirtió, pues, en una olla de grillos. Yo
consumía mi cerveza junto a la barra y me dirigí a uno de los vociferantes,
«Que si tienes ideología», le pregunté, «¿Cómo?», se sorprendió irritado, «Que si
tienes ideas fundamentales, o sea, ideología», respondí, «¿Tú estás sonado o
qué?», me dijo. Y añadió, «Mira con lo que me sale el tío éste, lo que es a mí
ya pueden irse a tomar por saco todas las ideologías del mundo, que a mí con
que se clasifique el Madrid me basta y me sobra». Ideologías.
Se ha hablado del ocaso de las ideologías. Es más, hay quien
asegura que las ideologías han muerto. Como al «Dios ha muerto» estampado en el
umbral de la filosofía de Nietzsche, quizá también podría dedicarse un rótulo
mortuorio a las portadas de los manuales que pretenden explicar las ideologías.
Los expertos en definiciones aseguran que la «ideología es un
conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona,
colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso, político,
etc».(DRAE). Lo que habría que averiguar es cuál es ese conjunto de ideas
fundamentales y, fuera del conjunto, cuáles son esas ideas fundamentales. Por
otra parte, habría que considerar si las ideas fundamentales le sobrevienen a
la persona desde fuera, impuestas por el poder, o surgen en su interior como
producto de su propia libertad. Ideas fundamentales. ¡Qué esplendoroso se
manifiesta a veces el poder de las palabras! Lo patético de todo este
intrincado asunto está en que, según dicen, el mundo se rige por un conjunto de
ideas fundamentales que la mayoría desconoce y que la minoría no acepta.
El personal actúa, esto es incuestionable, impulsado por
ideas. Cuando la gente (individualizada en yo, tú, él, ella, nosotros,
vosotros, ellos, ellas) actúa, lo hace por algo. Ese ‘algo’ es la causa de su
actuación, es su idea, fundamental o no. Y así, cuando un imbécil (usted
comprende, uno de esos tragavientos con la pinza floja que va perdiendo aceite
mental cada dos pasos) comete una gilipollez tipo conducir en sentido contrario
al de la marcha y mata a cuatro personas que viajan tan tranquilas para pasar
las vacaciones en el pueblo, uno va y se pregunta: ¿actúa el imbécil
conforme a alguna idea de las llamadas fundamentales o, al contrario, lo hace
porque no conoce o no reconoce o no le sale de la pera admitir las ideas
fundamentales? ¿Qué ideología o conjunto de ideas fundamentales sirve de combustible al
bólido descerebrado del infractor? Y así, cuando un hijo de puta maltrata a la
mujer a la que tal vez amó, esa con la que
hizo planes de cariño y de futuro, esa con la que tantas veces tal vez
alimentó la cercanía del afecto, cuando un hijo de puta, repito, degüella a la
mujer con la que comparte el lecho, o la acuchilla salvajemente, o la tira por
la ventana de un sexto piso, o la golpea hasta desfigurarle el rostro, o la
apalea hasta romperle los huesos, cuando un hijo de puta, repito, comete esas
acciones execrables, ¿acaso lo hace impulsado por alguna idea fundamental? ¿Acaso el hijo de puta
actúa condicionado por alguna ideología? (Paréntesis permisivo: ante la
excandecencia expositiva, sepan quienes este artículo leyeren, mayormente los
lectores desavisados, que los términos ‘gilipollez’ e ‘hijo de puta’ se
encuentran registrados en el maternal diccionario de la lengua española y que,
en consecuencia, son académicamente correctos).
Suele ocurrir también que hay quien mantiene viva la
ideología, aunque haya muerto, tal como se mantiene viva a la bisabuela, aunque
no haya muerto, y se proclama por todas partes que uno lucha por sus ideas,
disfrazadas frecuentemente con el interesante nombre de ‘ideales’, y que
estaría dispuesto a todo por defenderlos. Subyace aquí una actitud defensiva,
la actitud de quien repele un ataque, que no tendría por qué referirse a los
ideales, porque las ideas fundamentales o ideología deben ser adoptadas
libremente sin necesidad de imposición alguna,
y si tienen que defenderse es porque alguien las ataca, y si alguien las
ataca y se opone a ellas es porque no las acepta o porque le han sido impuestas
de alguna manera por el impositor de turno.
La candente actualidad, caracterizada por una ausencia
estremecedora de ideales y por una carencia casi absoluta de valores, está
expuesta a la despersonalización y a la nada. No sé si habrá que concluir,
pesimistamente, que la ideología es una coraza, más bien un baluarte, que los
conductores de masas desarrollan para enmascarar las contradicciones y para
defenderse ante la historia.