Opiniones. Todo son opiniones, y el gentío no se convence de
la volatilidad de las opiniones. "No sabes lo que dices", es la respuesta a la
opinión contraria. La alusión al Madrid como equipo galáctico, la diatriba
contra los árbitros, la afirmación cacereña de su capitalidad cultural, la
creencia en el poder omnímodo de los EE UU, no dejan de ser opiniones. ¿Qué
tiene de particular, pues, que unos las acepten y otros las rechacen? Lo
realmente complicado del asunto reside en que el tipo que expone su opinión
pretende, casi siempre, convencer a quien lo escucha de que esa opinión, la
suya, es la única verdadera. El oyente pretende lo mismo y al convertirse, acto
seguido, en exponente, se genera una fuerza de choque que embiste
recíprocamente, imposibilitando el acuerdo mental. Olvidan los perorantes que
opinar es dar un parecer, no asentar una verdad, y que el ámbito de la verdad
es tan oculto e intrincado que, normalmente, la mente humana es incapaz de
descubrirlo, mucho menos de exponerlo.
Parménides escribió un poema en dos partes: Sobre la
naturaleza. Los hexámetros de la primera parte exponen que sólo es válido
el conocimiento dado por la razón, y que de la naturaleza y de los hombres no
tenemos conocimiento cierto. La segunda parte concluye que los vulgares
mortales, eso somos, adquirimos el conocimiento a través de los sentidos y que,
por lo tanto, no poseemos la razón: sólo disponemos de la opinión.
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