lunes, 16 de enero de 2017

DE PALABRA

Es una obviedad asegurar que vivimos rodeados de palabras, especie de burbuja fónica en la que estamos inmersos, sin apenas poder salir de ella, como esos niños aprisionados en la burbuja de plástico acosados por una extraña e incurable enfermedad. Somos sólo palabras, afirma Rosa Montero doblegada por la decepción existencialista que atenaza a la hija del Caníbal. La alegría que sientes no es más que eso, una palabra, una cabalgada en la grupa efímera de sílabas entrelazadas que simulan un estado de euforia irreal. La tristeza, sin embargo, es una palabra sólida y apesadumbrada que adquiere una consistencia continua a través de cada centímetro de la piel, una psoriasis ortográfica que impone sus reglas para la construcción correcta del aniquilamiento. Sales a la calle y ahí está la palabra hablada, asomada a la boca del vecino para desearte unos buenos días inútiles y precisos. Enciendes la radio y ahí está la palabra hablada, agazapada en la rutilancia de las ondas, emergiendo de la garganta inagotable de los divulgadores de noticias, repicando ficticiamente en los ululantes campanillos de la publicidad, arrasando tonemas en la paleta magnificación de los grupos musicales, anegando conceptos en las voces autosuficientes y algo idiotas de los que participan (y cobran) en las tertulias. Abres el periódico y ahí está la palabra escrita, sobremultiplicada por el atiborramiento tipográfico de sus más de cuarenta o cincuenta páginas, la palabra herida por el rayo negruzco de la tipografía, palabra utilizada para  acusar, para denostar, para fingir, para mentir, palabra manipulada para llevar el ascua de la opinión a la sardina políticamente interesada, palabra forzada a expresar lo que ella misma no expresa, palabra violada como una virgen indefensa. Quizá por eso la palabra está en caída libre, al menos así lo afirma Juan José Millás, una caída hacia el abismo defensivo del ocultamiento, «no ya porque ninguna promesa verbal o escrita valga un duro, sino porque hay miedo a significarse». Nadie utiliza la palabra para decir lo que piensa. Cómo manifestar en público la íntima desnudez de las opiniones, cómo utilizar la palabra para dejar al aire las vergüenzas de los convencimientos, cómo sacar a relucir la indigencia de los criterios. Uno disimula lo que puede y, en este trance simulatorio y ficticio, se utiliza la palabra para ocultar el pensamiento, ya lo dijo Talleyrand. No hay educación de la palabra o, al menos, no hay cultura de la palabra. Y uno se pregunta para qué valen tantas horas de docencia de la palabra. La palabra como valor literario, por ejemplo. Existe una separación absoluta entre la palabra como recurso literario y la palabra como recurso vital. Desde la lírica primitiva hasta ahora mismo, la palabra se ha utilizado, en tanto en cuanto recurso literario, para expresar los sentimientos. Desde la batalla de La Janda hasta ahora mismo, la palabra se ha utilizado, en tanto en cuanto recurso vital, para ocultar el pensamiento. Quizá ello se deba a la misma proliferación de la palabra. El oro es valioso no por su naturaleza áurea sino por ser un mineral escaso. Si fuese tan abundante como el agua el índice monetario tendría que buscarse un nuevo valor referencial. Precisamente la devaluación de la palabra tal vez obedezca a esa abundancia verborreica asentada en cualquier medio de comunicación. De ahí su empobrecimiento. Contribuye a ello también su misma esencia fugaz. La palabra nace y muere simultáneamente y su cadáver diminuto va a engrosar el cementerio de lo efímero. Verba volant. Scripta manent. Aunque no sabe uno por cuánto tiempo permanecerá la palabra escrita. La iconoclastia ortográfica se abre paso a velocidad cibernética. Para qué el empeño de la ortografía. Para qué la implantación de unas reglas de uso obligado cuando la práctica diaria las va arrojando al cubo de la basura escrita. Quizá tuviera razón García Márquez cuando se manifestó a favor de la abolición de la ortografía, esa esclavitud escolar supeditada al latigazo del suspenso. Con la utilización del móvil se han hecho añicos las reglas ortográficas. La economía lingüística de André Martinet se está convirtiendo en economía ortográfica de uso irreversible. MNSJS D MV.hl conxi.a dixo mikl q xq no t viens sta noxe xa ca.cnt.no t kds en cas. t kiero. 1b. (Supongo que habrá que traducirlo: MENSAJES DE MÓVIL. Hola, Conchi!. Ha dicho Mikel que por qué no te vienes esta noche para acá. Contesta. No te quedes en casa. Te quiero. Un beso). Definitivo. El 1b es la puntilla de la ortografía y la estructura labial de la palabra.


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