Los hay de toda clase y condición. Por eso no resulta fácil
hablar de ellos. Tú te pones a investigar sobre la cebolla, por ejemplo, y
encuentras sus características en cualquier enciclopedia. No, no, en absoluto. Te aseguro
que no estoy comparando al intelectual con la cebolla. Pero te pones a
investigar sobre los intelectuales y no hay manera de que sus características
definitorias aparezcan asociadas en razón de grupo o familia. Intelectual, como
cualidad, es lo perteneciente o relativo al entendimiento. Intelectual, como
persona (supuesto inteligente), es quien se dedica preferentemente al cultivo
de las ciencias y las letras, según el diccionario de la
Lengua Española (DRAE, 22ª edición, 2001), para quien, al
parecer, no son intelectuales los integrantes de la amplia gama que constituye
el mundo de las artes.
Intelectuales. ¿Quiénes son? ¿Quiénes no son? Hay quien admite dos grupos de intelectuales, según leo en prensa hodierna: a) los verdaderos, y b) los de barracón de feria. Los verdaderos son aquéllos que casi siempre se equivocan. Los de barracón de feria, por el contrario, se equivocan siempre. La distinción resulta chocante. Porque la brevedad taxonómica no elimina en absoluto el impacto clasificatorio. Jooooder, cómo raja el Ignacio Sánchez Cámara (ABC Cultural). Yo es que me quedo boquiabierto y piernitendido. De manera que el intelectual, si es verdadero, manifiesta una sobrada proclividad hacia el fascismo y/o el comunismo, mientras que evidencia un claro repeluzno hacia el liberalismo y la democracia. Por eso será que casi siempre se equivocan. Resulta duro conceder el cabezazo aquiescente a las aseveraciones del articulista: «Hablo, por supuesto, de los verdaderos intelectuales, no de los de barracón de feria, agitadores de la chusma y bufones de la plebe». Si los verdaderos intelectuales no son fieles a su misión de oponerse a la opinión pública y rectificarla; si propenden al utopismo, si son arrogantes y autosuficientes, si son resentidos políticamente, si suelen carecer de sentido histórico, si están inflados de vanidad, si confunden la libertad intelectual con el sometimiento, y si son esclavos del prejuicio, si son así los intelectuales del grupo a), si los verdaderos intelectuales son así, apaga y vámonos. ¿Cómo serán los del grupo b)? ¿Cómo serán los de barracón de feria? El valor connotativo que delimita la expresión, barracón de feria, confiere a la frase un significado de charlatanería difícilmente soslayable, por mucho que uno perfile bien la mente para pasar por la estrechura comparativa. El intelectual del grupo b) es, en consecuencia, un charlatán. Ostras, Pedrín. Sondea uno sus antiguas relaciones profesionales, otea uno el horizonte de la cultura cercana y, ahí va, increíble, se te vienen a la memoria rostros, actitudes y elocuencias de tipos que encajan en lo del barracón de feria como el botox en los morros de Belén Esteban. Resulta que tipos que te dejaron boquiabierto con la profusa enunciación de su sapiencia no eran más que charlatanes, intelectuales de barracón de feria. Lo malo de este extraño asunto está en que tú también estabas dentro del barracón, porque a ver, si no, cómo llegaste a conocerlos. Así y todo, el sonsonete de muñeca chochona, ese que la supermegafonía de la tómbola ferial expande por el recinto sin compadecerse de la sensibilidad auditiva de los visitantes, ese sonsonete repiquetea en tu memoria asociado con la recitación de poemas, o así, algún acto institucional con motivo del día del Libro, o eso, en que el charlatán de turno regurgitaba la voz engolada de su intelectualidad.
Intelectuales. ¿Quiénes son? ¿Quiénes no son? Hay quien admite dos grupos de intelectuales, según leo en prensa hodierna: a) los verdaderos, y b) los de barracón de feria. Los verdaderos son aquéllos que casi siempre se equivocan. Los de barracón de feria, por el contrario, se equivocan siempre. La distinción resulta chocante. Porque la brevedad taxonómica no elimina en absoluto el impacto clasificatorio. Jooooder, cómo raja el Ignacio Sánchez Cámara (ABC Cultural). Yo es que me quedo boquiabierto y piernitendido. De manera que el intelectual, si es verdadero, manifiesta una sobrada proclividad hacia el fascismo y/o el comunismo, mientras que evidencia un claro repeluzno hacia el liberalismo y la democracia. Por eso será que casi siempre se equivocan. Resulta duro conceder el cabezazo aquiescente a las aseveraciones del articulista: «Hablo, por supuesto, de los verdaderos intelectuales, no de los de barracón de feria, agitadores de la chusma y bufones de la plebe». Si los verdaderos intelectuales no son fieles a su misión de oponerse a la opinión pública y rectificarla; si propenden al utopismo, si son arrogantes y autosuficientes, si son resentidos políticamente, si suelen carecer de sentido histórico, si están inflados de vanidad, si confunden la libertad intelectual con el sometimiento, y si son esclavos del prejuicio, si son así los intelectuales del grupo a), si los verdaderos intelectuales son así, apaga y vámonos. ¿Cómo serán los del grupo b)? ¿Cómo serán los de barracón de feria? El valor connotativo que delimita la expresión, barracón de feria, confiere a la frase un significado de charlatanería difícilmente soslayable, por mucho que uno perfile bien la mente para pasar por la estrechura comparativa. El intelectual del grupo b) es, en consecuencia, un charlatán. Ostras, Pedrín. Sondea uno sus antiguas relaciones profesionales, otea uno el horizonte de la cultura cercana y, ahí va, increíble, se te vienen a la memoria rostros, actitudes y elocuencias de tipos que encajan en lo del barracón de feria como el botox en los morros de Belén Esteban. Resulta que tipos que te dejaron boquiabierto con la profusa enunciación de su sapiencia no eran más que charlatanes, intelectuales de barracón de feria. Lo malo de este extraño asunto está en que tú también estabas dentro del barracón, porque a ver, si no, cómo llegaste a conocerlos. Así y todo, el sonsonete de muñeca chochona, ese que la supermegafonía de la tómbola ferial expande por el recinto sin compadecerse de la sensibilidad auditiva de los visitantes, ese sonsonete repiquetea en tu memoria asociado con la recitación de poemas, o así, algún acto institucional con motivo del día del Libro, o eso, en que el charlatán de turno regurgitaba la voz engolada de su intelectualidad.
Si el intelectual del grupo b) es un bufón de la plebe, no sé
qué decir. Tal vez la frase se refiera al sabihondo que sobrevive en la
política a base de parir actos culturales. Y es que la cultura se ha extendido
de una manera furibunda, casi violenta, invadiendo municipios y concejalías, de
forma parecida a como se extiende la magarza en los prados, con su centro
amarillo y blanca circunferencia de ramilletes terminales. Solamente el
intelectual organiza la cultura, o eso dicen,
por lo que el intelectual del grupo b), tipo bufón de la plebe, florece
en los prados municipales y organiza los concursos poéticos anuales, las
representaciones de teatro subvencionadas, la actuación musical, entre otras,
del grupo de rap autonómico y, como curiosidad pleistocénica, o por ahí, la
exposición de artesanía y cerámica franquista.
Si el intelectual del grupo b) es un agitador de la chusma,
se me agota la capacidad expresiva porque no va a colocarlo uno,
exclusivamente, dentro del papel de capitoste organizador de manifestaciones y
protestas. A no ser que el articulista se refiera con lo de
intelectual-agitador-de-la-chusma al de la pegatina y la pancarta. Tendría que
esforzarme en la exposición de un comentario de texto demasiado riguroso porque
rozaría la desconsideración hacia el pueblo, denominado chusma, inocente de que
un bufón realice la hipóstasis de la intelectualidad.
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