El crítico literario es un tipo que se pasa la vida tirando besos. Besos
diminutos y erráticos, dibujados con la puntita de los dedos, o besos plenos, majestuosos,
apasionados, estampados en mitad de la frente y, finalmente, besos de judas,
desfavorables e incluso perniciosos, por no decir hostiles. El crítico
literario corre el riesgo de no ser entendido por quienes critican la crítica,
mucho menos por el escritor criticado que siempre piensa que lo han elogiado
menos de lo que él alcanza o que lo han vituperado más de lo que él merece. Me
refiero a la crítica que se hace de bodrios lanzados a bombo y platillo por
determinadas editoriales, usted comprende, se contrata al crítico, se le unta
con mayor o menor cantidad de tocino de oveja, según, y aparece una reseña
crítica resplandeciente y elogiosa, uno de los escritores más importantes de la
actual narrativa, suele decirse, con lo que uno queda asombrado de que haya
tantos escritores cuajados de importancia dentro de la actual narrativa, en su
mayoría bodrios de muy ardua digestión.
Es el beso envuelto en el celofán
fétido de la ocena. ‘Bacciare le tue labra qui odorano di vento’, cantaba
Domenico Modugno el año que no hizo aire. Sí, sí, besos que huelen a viento,
qué más quisieran ellos. La crítica besa o manosea e incluso babosea con besos
ficticios y aneróticos, lejanos de la atracción apasionada del beso. El lector
lo advierte tardíamente y empieza a caerle gordo el autor, porque no tiene más
remedio que digerirlo a base de almax y otros antiácidos lectores que le
faciliten la tragantada del bodrio de muy ardua digestión, como ya se dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario