martes, 3 de diciembre de 2013

MÁS SOBRE EL PODER

A nivel nacional, el poder se especifica a través de promesas. Sólo el que puede (el que tiene poder) se siente capacitado para prometer que solucionará los problemas del gentío. Es increíble. Las promesas de restauración política, de regeneración política, de renovación política, azotan diariamente los tejados de la ciudadanía dispersas (las promesas) en medio de una lluvia impresa y televisualmente informativa. Cada político se ha convertido en un arcón tesaurizado: nada más abrir la tapa, salta la promesa echando leches, a punto de golpear el ojo de la credibilidad. Es el signo del poder. La palabrería promisoria irrumpe lenta e ininterrumpidamente con la pretensión de un engaño contradictorio. Todo el mundo sabe que los actuales problemas sin solución son idénticos a los de hace cuatro años, con la diferencia de una ucronía doméstica. Todo el mundo piensa que si antes no se solucionaron, ahora probablemente tampoco. Sin embargo, el poder promete. El poder, ajeno al ridículo verbal, promete a destajo, sin parar mientes en que una cosa es predicar y otra dar trigo.

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