(Continuación)
En fin, el progreta se considera progresista por el simple hecho de vivir al aire libre del segundo milenio, inmerso en el oleaje de un indisimulado consumismo, en la trampa de la sedicente libertad y en el coro sabihondo del monorraíl mental. Piensa que es el único ser vivo con capacidad de opinión irrefutable. La equivocación siempre es de los otros.
Así lo creyó hace más de doscientos años el Abbé de Saint-Pierre, ilusionado con una idea del progreso utilitaristamente prohumana. Llegó a afirmar que monumentos artísticos como Notre Dame tenían menos valor que un puente o una carretera.
La Historia no le ha hecho ni puñetero caso.
La Historia no le ha hecho ni puñetero caso.
(FIN)
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