jueves, 16 de enero de 2014

YO SOY TONTO DE LOS COJONES

Voy a hacer un apresurado comentario lingüístico de la frase que ayer me colocó un tipo en el Candilejas. Me llamó «tonto de los cojones». Y se fue.
En primer lugar, consideremos la etimología. Covarrubias dice que tonto viene de “tondo”, redondo y vacío, porque “el tonto tiene vacía la cabeza, por carecer de entendimiento, el cual en él es redondo, en oposición de los que tienen buen entendimiento, que llamamos agudos”. Podemos deducir, en consecuencia, que yo tengo la cabeza redonda y vacía, mientras que mi ofensor la tiene aguda y llena. No sabemos de qué, pero de algo la tendrá agudamente llena, suponemos.
En segundo lugar, si atendemos a la estructura sintáctica de la frase, advertimos que el complemento adjetivo «de los cojones», atribuido a la sustantivación de «tonto», le confiere una complementación despectiva de intrincada significación. Porque ¿qué quiere decir tonto de los cojones? ¿Pueden acaso los cojones ser susceptibles de recibir la tontuna?
En tercer lugar, la frase viene léxicamente reforzada por el determinante “los” que implica una actualización del sustantivo, en este caso “cojones”. ¿Por qué el tonto tiene que serlo “de los cojones” y no tonto del haba, o tonto de la pera, o tonto de remate? ¿Será que el tonto de 'los' cojones padece algún trastorno que afecta a sus testículos y le impide la producción de testosterona, cosa que lo desequilibra con alguna disfunción sexual?
En cuarto lugar, pensamos que el insultante, puesto a insultar, podía haberme descalificado con la expresión «tonto de cojones», con lo que la supresión del determinante le confiere a la frase la categoría de superlativo o, lo que es lo mismo, la cualidad de tontaina en grado sumo, tal como se ejercita el habla en la jerga popular cuando levanta como superlativas frases que gramaticalmente no lo son.
Ah, la agudeza mental del que no es tonto de los cojones...

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