jueves, 9 de enero de 2014

RELATO DEL PATINETE

Los Reyes Magos le han echado un patinete a mi sobrino, que es pequeño y está en edad de patinar. Dicho así, parece como si los Reyes Magos fueran repartiendo felicidad a troche y moche pero, no creas, a veces no es así. Mi sobrino llevaba quince días dando la murga con lo del patinete y, si los Reyes Magos no se lo echaban, amenazaba con sacarle un ojo al hamster. Como si el hamster tuviera alguna relación de culpabilidad con los Magos. Puede haber relación de culpabilidad entre los veinte grandes cocineros (chefs, dicen) del planeta que preparan su última cena y la tradición, la alquimia y la fusión en sus platos. Puede haber relación de culpabilidad entre Leo Messi y Sandro Rossell por lo del salario del futbolista. Pero entre un hámster y los Reyes Magos la relación de culpabilidad no puede llegar al extremo de que induzca a que le saquen un ojo al hámster. Así que le compraron el monopatín a mi sobrino. A mí me parecía una barbaridad lo del patinete porque ahora no es como en otros tiempos, que patinábamos en cualquier sitio, a ver ahora a dónde se van los niños a ejercitar la esencia globalizadora del patinaje. Pero no me hicieron caso. Claro, como tus hijos ya son mayores no necesitan patinar, me echaban en cara.  Así y todo, no tardó en aparecer el conflicto matrimonial, consustancial por otra parte, a todas las relaciones de pareja que en estos tiempos tenga que comprar un patinete. En el salón el niño no podía patinar. Aparte de dejar perdido el parquet, cruzado despiadadamente por las isobaras de la velocidad, los tobillos familiares saltaban de un lado a otro en medio de un intento, casi inútil, de evitar los moretones. En la acera el niño no podía patinar. Para sorpresa de la unidad familiar, no sólo mi sobrino gozaba de patinete. Resulta que otros muchos niños también patinaban de acá para allá y se entrecruzaban peligrosamente, acuciados por un repentino sarpullido de aceleración monopatínica. En medio de la calle el niño no podía patinar. Ya se sabe que los coches cruzan a todo gas de un lado para otro y no respetan la señal de prohibido circular a más de 40 en el núcleo urbano. Si añades a esta desconsideración circulatoria de los conductores la broma velocípeda de los niñatos de las motos, ya sí que no te queda un mínimo espacio para que el sobrino le dé al patinete. Imposible circular en patinete. No obstante, los padres se empeñan en que el niño patine. A ver si no para qué le han comprado el artilugio. Habrá que hacerle un gasto ¿no? Así que al parque, cómo no se te ha ocurrido, en el parque puede el niño desatar el flequillo al viento y presumir de estar a la última con su patinete metalizado. Porque no es un patinete cualquiera, no, se ha comprado en la tienda más cara y se ha adquirido el modelo más galáctico, con decirte que tiene rodamientos magnéticos y freno de disco, queda dicho todo. Así que cargan niño y patinete en el coche y, hala, al parque a patinar. Llegan al parque con la sana apetencia de cortar el viento y, oh desilusión, las pequeñas glorietas de cemento ya se encuentran atestadas de patinadores. Nadie se explica la afluencia impensadamente masiva de patinetes. Desde luego, el gentío es muy poco original. No hacen más que anunciar un patinete, y ya está todo el mundo comprando patinetes. Mi cuñada pensaba que su hijo era el único que había merecido de los Reyes Magos la donación superior del patinete. Y es que ya los Reyes ni son Magos ni nada. Porque, a ver, si no marcan esa diferencia en el regalo que estira para atrás al padre y autocomplace a la madre, ¿para qué los queremos? Así que el patinete al coche. Y a llevarlo el lunes al salón de Cáritas.


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