La reproducción en El País de las "cartas íntimas" de Federico García Lorca a Eduardo Rodríguez Valdivieso me empujó a leerlas, más que nada por la atracción que sobre mí ejercen los rastros biográficos de los grandes escritores. Si estos son poetas, la atracción es aún mayor. Y si el biografiado es Federico García Lorca la atracción es el resultado de una adicción literariamente misteriosa que sobrepasa los límites de la estética, dios me perdone. Conmovedoras me parecieron esas "cartas íntimas" del autor, con el corazón rasgado por la ausencia. Ayer se cumplió (perdona ahora tú, lector, la intemperancia de los ordinales) el septuagésimo séptimo aniversario del asesinato de García Lorca. Cruz Díaz, in memoriam, ha escrito el siguiente soneto:
Se oscureció la luna de Granada
sobre las amapolas de tu muerte,
y el trigal de tu sangre quedó inerte
en la brisa sin luz de la alborada.
Se eternizó el silencio en tu mirada
y el eco de la noche vino a verte
tendido en
las estrellas de tu suerte,
sin corazón, sin viento y sin espada.
Como la luz en una llaga oscura
te bebiste la sed de tu alegría
con un zumo de sombra y amargura.
Y como un trino de melancolía
sonó tu corazón, en la espesura
de la muerte sin alba de aquel día.
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