Me gustaba atrapar murciélagos, los niños
de la posguerra carecíamos de ese sentimiento de culpabilidad que impide la
tortura de animalitos y otros bichos. Al anochecer, dominados por la turbadora luz del crepúsculo, decidíamos ‘ir a murciélagos’. Nuestras armas consistían en un escobón y un
trapo rojo. Atábamos el trapo en la punta del palo y, enarbolando el mástil
como una amenaza quiróptera, perseguíamos los murciélagos con una tenacidad
zigzagueante e infructuosa. Si conseguíamos atrapar alguno, le poníamos en la
boca una colilla encendida y festejábamos con gritos y saltos la
borrachera del animal, mareado por el humo y los efectos de la nicotina.
Voy a cambiar murciélagos por vampiros. Porque ahora, de adulto, me encantaría
atrapar vampiros. Quirópteros desmodóntidos con incisivos muy desarrollados para succionar la sangre. Suele transmitir
enfermedades. Es un hematófago. Los vampiros actuales son eurófagos y nos señalan la yugular de los dineros con marcas
sangrientas, nos succionan las entretelas de los ahorros, nos chupan, en fin, la sangre crematística. Somos víctimas, eurofágicamente hablando, de Bancos, Compañías de móviles, Compañías eléctricas y Petroleras. La espectacular subida de los carburantes desde enero hasta hoy (más de 6,5%) provoca un mordisco vampiresco en nuestras yugulares económicas. Arrima, pues, tu cuello inocente para
que los colmillos estatales te chupen el 73 % por litro. (Las satisfechas culimajas de la TV pública informan de que
España ‘disfruta’ de los carburantes más baratos de Europa. Así nos engañan. El
salario mínimo interprofesional español también es de los más bajos de Europa.
De manera que si equiparan nuestros carburantes con los europeos también
tendrían que equiparar los salarios. Vamos, digo yo).
En fin, amigo. Un escobón y un trapo rojo y a cazar vampiros.
Y a clavarles bien clavada en el pecho la estaca de nuestro descontento.
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