No quiero ponerme gratuito o insensible, pero hay opiniones que joden. Por ejemplo:«Escribir escribe cualquiera», me dice el cagaleches. «Sí», respondo, «también toca el piano quien pone los dedos encima de la tapa».
Cualquiera te sorprende con que escribe cuentos, y novela, y hasta teatro y ensayo, que los hay muy cultos, como si afirmase que sabe cocinar un revuelto de espárragos con gambas, jamón y cebolleta. ¿Conoces la funciones de Propp, la voz del narrador, el tono narrativo, el punto de vista, la estructura interna del relato, el monólogo interior, en fin, algo de técnica?, preguntas al cuentista espontáneo, y pregunta que si Propp es algún futbolista de los que danzan ahora en el baile de los fichajes de finales de enero, del Manchester United o del Bayern Munich. No, le digo humildemente para que no se mosquee, Propp escribió un libro, Morfología del cuento, en el que hace un análisis estructural de los cuentos maravillosos rusos, aplicable a todo tipo de textos en que se trabaje la creación literaria. No creo que toda esa palabrería, me advirtió con suficiencia, sea necesaria para escribir: en mi novela estoy relacionando la úlcera de Napoleón con el abundante mete saca sexual del Imperio.
Me puso el dedo en la nariz y me dio la espalda (triunfadora).
¡Claro que cualquier puede escribir, como aporrear un piano! Pero el presuntuoso, ese que ni conoce la técnica ni sabe cómo estructurar un relato o un artículo... se queda tan pancho escribiendo una novela o un articulazo. Al margen de lo que dice mi amigo Juan, yo creo que hay otra forma de escribir que no tiene la necesidad "fantasmal" del que se cree que ha escrito una obra literaria; la terapia que sirve para liberarse de cuanto bulle en su interior y le produce desasosiego hasta que lo descarga en el papel. Yo solo escribo para sentirme un poco mejor, aclarando el follón mental que a veces padezco. Con eso me conformo.
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