martes, 12 de febrero de 2013

RELATO DE LA GORDA Y LA FLACA




Pues esto era una vez un juez que dictó una sentencia. Resulta que una señora denunció a un compañero de trabajo (pero no amigo) porque la había llamado “gorda”. El juez sin embargo pensaba que las gordas son esplendorosas y felices. Incluso bellas. El rostro de las gordas muestra  los rasgos de la belleza clásica: nariz recta, pómulos equilibrados, ojos simétricos, boca pequeña y redondeada, labios gordezuelos. El juez pensaba en la prosopografía que utiliza el Arcipreste de Hita en sus retratos femeninos o en las pinceladas de los maestros del Cinquecento (la Magdalena Doni de Rafael, por ejemplo). El juez pensaba en la mujer gorda del Barroco y se conturbaba (esos desnudos de Rubens). Al señor juez le fastidiaban las pasarelas. No es posible, pensaba, que unas piernas esqueléticas y unos costillares raquíticos encajen ‘artísticamente’ con unos senos esplendorosos y abundantes (salvo el engaño de la silicona); no es posible, seguía pensando, que unos hombros huesudos y tísicos enlacen con unos pómulos eslavos y unos labios cameruneses (salvo la inflación inyectable del botox); no es posible, concluía el señor juez, que  tobillos y rodillas de Auschwitz hagan juego con glúteos carnosos y rotundos (salvo imaginación calenturientamente asexuada). ¿Estar gorda o ser gorda?, se preguntaba el señor juez. Porque no es lo mismo dirigirse a una señora delgada, de aspecto enfermizo, y decirle educadamente: «qué bien la veo, señora, está usted un poquito más gorda», que dirigirse a una señora gorda, de salud rebosante, y decirle a mala uva «es usted una gorda asquerosa». Así que el señor juez que dictó la sentencia, dudando, probablemente, entre el valor semántico y la apariencia gramatical de la gordura, decidió que el hecho de llamar “gorda” a una señora no se puede catalogar dentro de los delitos de injuria, agravio o difamación.
(Naturalmente, la esposa del señor juez era una gorda rellena de epitelios).

1 comentario: