Yo es que me somatizo negativamente con esto de los Reyes Magos. Porque a ver quién justifica, digo
yo, la aparición de juguetes(?) tan pavorosos como los ‘yugulator’, ‘violator’,
‘depredator’ y otros artefactos semejantes que los reyes de oriente con cara de
Kung Fú amarillo exportan en camellos galácticos y en renos siderales para
depositarlos en el angelical zapatito infantil. De esta forma, el angelical
zapatito infantil se transforma a todo meter en anticipadas dosis de
perversidad y mala leche con las que se
pueda fastidiar al enemigo y conseguir que Pepito muerda el polvo.
Y la madre, esa culebronera del
quinto que recibe siempre al butanero con la arrogancia de las ondulaciones
mientras el culo se le hace calisay al observar las miradas que el mozo le dirige
a la pechuga, la madre, digo, muestra orgullosa a las vecinas el ‘violator’ que
los reyes magos de oriente de China y Taiwán le han traído a su niño, mi amor,
para que adviertan lo libre de prejuicios y lo desinhibida y lo moderna que es
ella en estos umbrales del siglo. Y las vecinas observan, con cierto
estupor embadurnado de misterio fisiológico, cómo el ‘violator’, pertrechado en
su vehículo lanzamisiles, se encrespa y se endurece dentro de la simulación
icónica y fálica que lo representa.
Y el padre muestra a los compinches
cerveceros el ‘yugulator’ que los magos de oriente de China y Taiwán le han
traído a su hijo, que es la hostia, tío, y se parten de risa al observar las
piruetas agónicas de la víctima cuya cabeza ha introducido su hijo (aprendiz de
verdugo tal vez superdotado) en el
agujero mortal de la unidad de tortura para que el enemigo se joda y se
retuerza hasta que casque y deje allí el pellejo.
Y el tío Carlos, ese pesado
insoportable que se ha pasado la noche de Año Viejo asegurando a la grey familiar que en este
país nadie tiene un euro y que lo de la justicia y la corrupción y la delincuencia y las
cárceles son una vergüenza nacional y una mierda, el tío, digo, va y le regala
al niño un artilugio que simula, a escala real, una pistola Smith & Wesson,
y ensalza la puntería infantil cuando el angelito atraviesa una manzana
colocada en la cabeza de Troski, el perro. ¡Cómo mola!
Ya sé que puede parecer
exagerado lo que voy escribiendo. Y admito que tú y otros muchos regaláis libros
y juguetes didácticos a los hijos, mira qué bien. Pero no por ello es menos
cierto. Y aunque, según dicen, roza los límites de la obscenidad la
manifestación ostentórea de los sentimientos, proclamo que odio la violencia
con la misma intensidad que cualquiera que odie la violencia.
Moraleja: deseo con todas mis
fuerzas que los reyes magos de oriente bélicos naufraguen cuando crucen el
Océano Índico. Y que, sin violencia, en medio de las olas luminosas de la
publicidad, se ahoguen mansamente. Por lo menos.
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