jueves, 15 de enero de 2015

LA POMADA Y SU UNTE

La mixtura de sustancias grasas y otros ingredientes que constituyen la pomada, unta. Por eso se dice “estar en la pomada”. Quien está en la pomada tiene los dedos de la mano grasientos y lustrosos. Y, evidentemente, quien no está en la pomada no se unta. La práctica del unte viene de largo. El personal tiene que estar en la pomada si quiere sobrevivir o, lo que es lo mismo, cada uno se aplica la pomada que le interesa para proteger sus heridas. Las peores heridas son las causadas por el hombre. El hombre contra el hombre. La frase me recuerda algo que leí de Hobbes en aquellos tiempos en que uno se agarraba a la tabla filosófica como un náufrago de la existencia. Así que tiro de Leviathan y repaso algunas de sus ¿duras? aserciones, fundadas en un concepto antropológico dominado por el materialismo. Fuerzas y estímulos sensibles, reacciones de los sentidos. Eso somos, prisioneros del mecanismo de los sentidos, como los animales...  De ahí la pomada de la guerra. Desconozco el daño personal que hería a Hobbes para mostrarse tan resentido contra  todo lo que se movía. Quizá su trato constante con la nobleza inglesa, en plan servidor que acepta las impertinencias del señor (tuvo que ganarse la vida como preceptor doméstico de familias nobles), le configuró una costra de mala uva intelectual que lo impulsó a tirar con bala a la res cogitans de Descartes, y a elaborar su teoría del cuerpo, del hombre y del Estado. Tremendo. Lo releo y me parece tremendo. De una actualidad tremenda. La interpretación teórica de lo que llamamos Estado se funda en una recta razón que no trata más que de las rectas consecuencias en orden al egoísmo individual. Se trata del Estado primitivo natural en el que la naturaleza ha dado a cada uno derecho a todo pero, claro, la apetencia de muchos hacia lo mismo origina que cada uno se enfrente a los demás. Es, de hecho, la guerra de todos contra todos. Las obligaciones para con los demás no son más que probidades para la conservación de la propia vida. Egoísmo, en definitiva. En estas condiciones, el hecho de sobrevivir se convierte en algo realmente dificultoso. Así que hay que llegar a un acuerdo. Y, efectivamente, la ciudadanía acuerda ceder los derechos naturales personales y se llega al acuerdo libre de crear un orden, un derecho, una costumbre y una moralidad. Eso es el Estado como contrato social. En este sentido, el Estado es soberano absoluto con respecto a todos sus subordinados. 

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