La mixtura de sustancias grasas y otros ingredientes que
constituyen la pomada, unta. Por eso se dice “estar en la pomada”. Quien está
en la pomada tiene los dedos de la mano grasientos y lustrosos. Y,
evidentemente, quien no está en la pomada no se unta. La práctica del unte
viene de largo. El personal tiene que estar en la pomada si quiere sobrevivir
o, lo que es lo mismo, cada uno se aplica la pomada que le interesa para
proteger sus heridas. Las peores heridas son las causadas por el hombre. El
hombre contra el hombre. La frase me recuerda algo que leí de Hobbes en
aquellos tiempos en que uno se agarraba a la tabla filosófica como un náufrago
de la existencia. Así que tiro de Leviathan y repaso algunas de sus ¿duras?
aserciones, fundadas en un concepto antropológico dominado por el materialismo.
Fuerzas y estímulos sensibles, reacciones de los sentidos. Eso somos,
prisioneros del mecanismo de los sentidos, como los animales... De ahí la pomada de la guerra. Desconozco el
daño personal que hería a Hobbes para mostrarse tan resentido contra todo lo que se movía. Quizá su trato
constante con la nobleza inglesa, en plan servidor que acepta las
impertinencias del señor (tuvo que ganarse la vida como preceptor doméstico de
familias nobles), le configuró una costra de mala uva intelectual que lo
impulsó a tirar con bala a la res cogitans de Descartes, y a elaborar su
teoría del cuerpo, del hombre y del Estado. Tremendo. Lo releo y me parece
tremendo. De una actualidad tremenda. La interpretación teórica de lo que
llamamos Estado se funda en una recta razón que no trata más que de las rectas
consecuencias en orden al egoísmo individual. Se trata del Estado primitivo
natural en el que la naturaleza ha dado a cada uno derecho a todo pero, claro,
la apetencia de muchos hacia lo mismo origina que cada uno se enfrente a los
demás. Es, de hecho, la guerra de todos contra todos. Las obligaciones para con
los demás no son más que probidades para la conservación de la propia vida.
Egoísmo, en definitiva. En estas condiciones, el hecho de sobrevivir se
convierte en algo realmente dificultoso. Así que hay que llegar a un acuerdo.
Y, efectivamente, la ciudadanía acuerda ceder los derechos naturales personales
y se llega al acuerdo libre de crear un orden, un derecho, una costumbre y una
moralidad. Eso es el Estado como contrato social. En este sentido, el Estado es
soberano absoluto con respecto a todos sus subordinados.
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