domingo, 4 de enero de 2015

ANTES DE LA CORRUPCIÓN YA SE HABÍA PERDIDO LA DIGNIDAD

Lo reconozco. La antigua dignidad de que gozaban los próceres que regían nuestros destinos,  se ha esfumado como se esfuma la niebla. En fin, se han perdido las formas. Hoy día, cualquier comentarista, o articulista, o periodista, o columnista, o lo que sea, alude a nuestros próceres políticos, y aun a obispos y otras eminencias, con un tratamiento pringoso y diario, algo así como de relación de vecindad, a la pata la llana que, la verdad, creo que es inmerecido. Nuestros próceres merecen algo más que esa aproximación al tuteo (tan español y carpetovetónico) que consiste en eliminar la cortesía del tratamiento. Al fin y al cabo son personas constituidas en dignidad, más o menos alta, y el personal plumífero y/o televisivo debería mostrarles un respeto onomástico que excluyese la camaradería y el acercamiento, ese aspecto confianzudo, como de haber comido juntos, que ha distribuido por doquier  la democracia (según piensan unos, progretas)  y la desfachatez (según piensan otros, carcas). Los medios de adoctrinamiento de masas han generalizado la omisión del tratamiento de la misma forma que se ha prescindido del sombrero. Ya nadie usa sombrero, y el tratamiento era el sombrero de la dignidad. Ahora, si alguien se dirige a un señor obispo, le casca un Cañizares o un Blázquez, a secas. Nada de reverendísimo señor. Si alguien se dirige a un ministro, nada de excelentísimo señor: Montoro o Wert a secas, y a correr. Y el Presidente del Gobierno no es el excelentísimo señor don Mariano Rajoy, a dónde vas tío, es Rajoy, y gracias, que con ese aspecto bobón y esa lengua insalivadora del labio superior va que chuta. Y el Presidente Autonómico de Extremadura no es don José Antonio Monago Terraza, ni siquiera el Sr. Monago Terraza, es Monago y se acabó, que para eso hizo sus escapaditas a Tenerife y, además, estamos en democracia. Porque aquí todos somos iguales, qué carajo, aunque unos tengan cargos y otros no. (Mi tío Eufrasio, al que hace tiempo he perdido de vista, dice que, efectivamente, todos somos iguales, pero que unos somos más iguales que otros). 

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