sábado, 17 de enero de 2015

OBSCENIDAD DEL RAZONAMIENTO

Yo debo de ser un inconformista cósmico porque, según dicen, todo me parece mal. Dicho de otro modo, quizá no pueda haber un listo y noventa y nueve tontos dentro de la centena de cráneos que pueblan cada metro cuadrado de fauna urbana. Yo pienso que sí, aún a riesgo de parecer un extraterrícola autosuficiente, emancipado de las aceras. Porque vamos a ver: si la aptitud para el razonamiento estuviera tan extendida como lo está la capacidad para el asentimiento, apenas habría tontos. Pero la cosa no es así. Resulta fácilmente comprobable la verificación de que el personal, a estas alturas del progresismo milenarista, no razona sino que asiente. Basta que la publicidad le coloque el producto a tiro de supermercado, por ejemplo, para que la grey se apresure a adquirirlo sin atenerse a razones cualitativas, movida por un impulso aquiescente que la precipita al enganche del carrito sin atenerse a reflexiones previas. Y no sólo yo debo de ser un inconformista cósmico, como te decía, también deben de serlo los columnistas, colaboradores, críticos y otros plumíferos, en general, que ponen a parir la perversidad estética de los programas televisivos, amén de su degradación ética, su vulgaridad poética, su publicidad cosmética y su presentación patética (disculpa el sinsentido semántico y las esdrújulas). Sin embargo, el gentío no les hace caso y se afianza en el asentimiento ciego. Y acepta la bondad intríseca de tales abominables programas como si en ello le fuera la vida. Está visto que al ser humano, con héroes así, le han robado ya la gloria. Y el razonamiento.

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