DE PALABRA
JUAN GARODRI
Es una obviedad asegurar que vivimos rodeados de palabras, especie de
burbuja fónica en la que estamos inmersos, sin apenas poder salir de ella, como
esos niños aprisionados en la burbuja de plástico acosados por una extraña e
incurable enfermedad. Somos sólo palabras, afirma Rosa Montero doblegada por la
decepción existencialista que atenaza a la hija del Caníbal. La alegría que
sientes no es más que eso, una palabra, una cabalgada en la grupa efímera de
sílabas entrelazadas que simulan un estado de euforia irreal. La tristeza, sin
embargo, es una palabra sólida y apesadumbrada que adquiere una consistencia
continua a través de cada centímetro de la piel, una psoriasis ortográfica que
impone sus reglas para la construcción correcta del aniquilamiento. Sales a la
calle y ahí está la palabra hablada, asomada a la boca del vecino para desearte
unos buenos días inútiles y precisos. Enciendes la radio y ahí está la palabra
hablada, agazapada en la rutilancia de las ondas, emergiendo de la garganta
inagotable de los divulgadores de noticias, repicando ficticiamente en los
ululantes campanillos de la publicidad, arrasando tonemas en la paleta
magnificación de los grupos musicales, anegando conceptos en las voces
autosuficientes y algo idiotas de los que participan (y cobran) en las
tertulias. Abres el periódico y ahí está la palabra escrita, sobremultiplicada
por el atiborramiento tipográfico de sus más de cuarenta o cincuenta páginas,
la palabra herida por el rayo negruzco de la tipografía, palabra utilizada
para acusar, para denostar, para fingir,
para mentir, palabra manipulada para llevar el ascua de la opinión a la sardina
políticamente interesada, palabra forzada a expresar lo que ella misma no
expresa, palabra violada como una virgen indefensa. Quizá por eso la palabra
está en caída libre, al menos así lo afirma Juan José Millás, una caída hacia
el abismo defensivo del ocultamiento, «no ya porque ninguna promesa verbal o
escrita valga un duro, sino porque hay miedo a significarse». Nadie utiliza la
palabra para decir lo que piensa. Cómo manifestar en público la íntima desnudez
de las opiniones, cómo utilizar la palabra para dejar al aire las vergüenzas de
los convencimientos, cómo sacar a relucir la indigencia de los criterios. Uno disimula
lo que puede y, en este trance simulatorio y ficticio, se utiliza la palabra
para ocultar el pensamiento, ya lo dijo Talleyrand. No hay educación de la
palabra o, al menos, no hay cultura de la palabra. Y uno se pregunta para qué
valen tantas horas de docencia de la palabra. La palabra como valor literario,
por ejemplo. Existe una separación absoluta entre la palabra como recurso
literario y la palabra como recurso vital. Desde la lírica primitiva hasta
ahora mismo, la palabra se ha utilizado, en tanto en cuanto recurso literario,
para expresar los sentimientos. Desde la batalla de La Janda hasta ahora mismo, la
palabra se ha utilizado, en tanto en cuanto recurso vital, para ocultar el
pensamiento. Quizá ello se deba a la misma proliferación de la palabra. El oro
es valioso no por su naturaleza áurea sino por ser un mineral escaso. Si fuese
tan abundante como el agua el índice monetario tendría que buscarse un nuevo
valor referencial. Precisamente la devaluación de la palabra tal vez obedezca a
esa abundancia verborreica asentada en cualquier medio de comunicación. De ahí
su empobrecimiento. Contribuye a ello también su misma esencia fugaz. La
palabra nace y muere simultáneamente y su cadáver diminuto va a engrosar el
cementerio de lo efímero. Verba volant. Scripta manent. Aunque no sabe uno por
cuánto tiempo permanecerá la palabra escrita. La iconoclastia ortográfica se
abre paso a velocidad cibernética. Para qué el empeño de la ortografía. Para
qué la implantación de unas reglas de uso obligado cuando la práctica diaria
las va arrojando al cubo de la basura escrita. Quizá tuviera razón García
Márquez cuando se manifestó a favor de la abolición de la ortografía, esa
esclavitud escolar supeditada al latigazo del suspenso. Con la utilización del
móvil se han hecho añicos las reglas ortográficas. La economía lingüística de
André Martinet se está convirtiendo en economía ortográfica de uso
irreversible. MNSJS D MV.hl conxi.a dixo mikl q xq no t viens sta noxe xa
ca.cnt.no t kds en cas. t kiero. 1b. (Supongo que habrá que traducirlo:
MENSAJES DE MÓVIL. Hola, Conchi!. Ha dicho Mikel que por qué no te vienes esta
noche para acá. Contesta. No te quedes en casa. Te quiero. Un beso).
Definitivo. El 1b es la puntilla de la ortografía y la estructura labial de la palabra.
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